lunes, 30 de diciembre de 2013

La destrucción de lo privado y la destrucción de lo público

“La vieja cuestión de ¿Quiénes deben gobernar? 
debe ser reemplazada por la otra, mucho mas realista,
de ¿Cómo podemos sujetar a quienes gobiernan?”
Karl Popper
Sísyphus por Tiziano, 1549. Condenado por los dioses a empujar perpetuamente una roca gigante, montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.
Es necesario admitir que Marx, con los ojos propios de su tiempo, observó algunas cosas en su justa magnitud. Erró en su historicismo, en seguir el concepto de “clase” y en continuar la teoría clásica del valor. Pero si consideramos únicamente su profecía de que el sistema capitalista sin trabas, o laissez faire, tal como el lo conocía, no habría de durar mucho tiempo, debemos reconocer que se encontraba en lo cierto.

 Pero nos equivocaríamos groseramente si admitimos que Marx haya predicho con el nombre de socialismo, el advenimiento de un nuevo sistema: el Intervencionismo. Lo que el llamó socialismo era profundamente distinto de cualquier forma de intervencionismo, ya que creía firmemente que la “inminente” transformación habría de quitar toda influencia al Estado, en tanto que el intervencionismo lo ha incrementado por todas partes. (1)


Tal como señala Karl Popper, luego de la Revolución Industrial, única manifestación de lo que se puede llamar “capitalismo sin trabas”, lo que ha continuado son distintas formas de intervencionismos. (2)
Entender sus peligros y beneficios, es una cuestión de ingeniería y tecnología social, delicada, aunque necesaria y controlable una vez que se la comprende bajo los paradigmas de la democracias modernas. Herramienta adaptable y eficiente para liberales y socialdemócratas, aunque armas peligrosas en manos de personalismos y autócratas de todo tipo.

Lo cierto es que el intervencionismo limitado y democrático (en su mejor sentido) ha venido siendo utilizado sin límites y con distintos ropajes y así pareciera que bajo distintos ciclos ideológicos se van destruyendo lo mejor de las ideas.

Así como en los años 90 el presidente Menem se cargó las bondades de lo privado, pareciera que Cristina Fernández puede hundir para siempre las cualidades de lo público. Y lo mas paradójico: Todo en manos del mismo partido.

La destrucción de lo privado

La situación que afrontaba el país hacia el final de la década del ochenta era dramática: El primer presidente de la nueva democracia, Raúl Alfonsín, entregó el mandato de manera anticipada con un proceso de hiperinflación donde los precios eran remarcados a diario, colapso energético y un Estado elefantiásico, heredado de la dictadura y el largo período populista iniciado en los 30, que obligaba al Estado a la pérdida de todo el gasto público. Con esta situación de colapso estatista, sumado al clima de ideas en el mundo luego de la caída de la URSS, se insinuaba la vuelta de la necesidad imperiosa de la iniciativa individual y la inversión privada. Pero con el discurso “pro mercado” convivieron la deuda, el derroche del gasto público y el aumento de todos los impuestos; el capitalismo corporativo de amigos y los privilegios corruptos a los amigos del poder; la desocupación y la convertibilidad.

La destrucción de lo público

Todo parece indicar que el kirchnerismo se llevará puesto con él la idea de “público”. Y es que junto al discurso progresista de inclusión social de los primeros momentos allá por el 2003, convivieron el emisionismo monetario, la inflación y el control corrupto de la producción; el desborde de los servicios públicos y manejo clientelista de las políticas sociales; el centralismo económico y la muerte del federalismo; la xenofobia política y la devastación de las instituciones republicanas;

Y nuevamente el clima de ideas empieza a girar progresivamente en busca de nuevas respuestas.

Y es que nunca entendimos que junto al verticalismo propio de todo populismo, se borran todas las barreras y las fronteras republicanas del Estado. Deja de tener funciones constitucionales específicas, para abarcar cualquier aspecto de la vida, la libertad y la economía de las personas.

 La sociedad en general aún no alcanza a comprender el peligro inminente que implica acrecentar el poderío del Estado, y por ende no se entiende la necesidad de limitarlo, regularlo con funciones específicas, dotarlo de un marco legal seguro y previsible. No se percibe que todo poder, tal como lo previó Lord Acton(3), y en especial el poder político, es el más peligroso de todos, y que también la intervención excesiva en materia económica, tiene a acrecentar aún más el poder político.

Debemos decir, no obstante y pese a su peligrosidad, que el Estado sigue siendo un mal necesario. Pero debe servirnos como exhortación de que si descuidamos por un momento nuestra vigilancia y no fortalecemos nuestras instituciones democráticas, dándole en cambio cada vez más poder al estado, podrá sucedernos que perdamos progresivamente las mas básicas libertades.

Se observa así que no solo existe una paradoja de la libertad(4) sino también una paradoja de la planificación, que si no se advierte, si dejamos a los funcionarios públicos el poder absoluto de “planificar”, entonces le abrimos las puertas al abuso, el atropello y la ilegalidad.

Así las cosas la gran adversidad de nuestro tiempo es como logramos que el control del estado no esté ausente, asumiendo a la vez que su desborde generará una arbitrariedad inminente.

En la Argentina el procedimiento de intervención (independientemente de la ideología del poder de turno) ha sido siempre imprecisa, directa y personal, dotándo de poder discrecional a los funcionarios, lo cual implico nichos gigantes de corrupción, derroche del gasto e ineficiencia en los servicios y la función.


Entendemos desde nuestro lugar que el país vive una situación prepolítica. No se puede discutir tópicos ideológicos cuando el poder no está limitado y donde reina lo mas primitivo de la acción política. Antes de pensar en izquierdas y derechas (democráticas, claro está) primero se debe tener un Estado funcionando y no solo un gobierno mandando. Se debe tener República y una constitución normativa y sociológica real para después discutir si intervendrá más o menos su gobierno.

Por lo demás, dada su propia su existencia, no existe Estado que no intervenga, y toda acción de él interfiere con una cosa o con otra. Lo verdaderamente importante es si el ciudadano puede prever la acción del Estado y utilizar este conocimiento como un dato objetivo al establecer su plan de vida, lo que supone que el Estado no puede abusar del uso que hace de sus instrumentos y que el individuo sabe con exactitud hasta dónde estará protegido de o contra la intervención.

Hasta tanto no entendamos la importancia de las instituciones, seguiremos como Sísifo, condenado por los dioses a empujar para siempre una gran roca hasta la cima de una montaña, desde donde volvería a caer por su propio peso. Dirá Camus “Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.”(5)



Notas
1. La mejor evidencia que demuestra esto son sus severas críticas hacia las autocracias populares, líderes personalistas como Bonaparte y Bolívar y sus críticas a los despotismos orientales y “el modelo de producción asiático” de los cuáles muchas similitudes pueden extraerse de los populismos de los S.XX y S.XXI.
2. Popper Karl, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 2010
3. “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Mi dogma es la general maldad de los hombres de poder, son los que más se corrompen”.
4. Idem
5. Ver “La Odisea” de Homero o el escrito “El Mito de Sísifo” de Albert Camus.

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