“La desorganización
social abre la puerta a todas las aventuras”.
Emile Durckheim
Olas de
saqueos sacudieron los hogares de cientos de cordobeses en la pasada noche del
4 de diciembre. Comerciantes, supermercadistas, domicilios particulares fueron
embestidos, atacados y asaltados por agresores que irrumpieron para robar y
saquear.
Decenas
de heridos y detenidos y un muerto fueron las consecuencias de la noche trágica
que azotó a Córdoba y que hicieron recordar los días más fatales del país. Un paro salarial de las fuerzas de seguridad dejaron
indefensa toda la ciudad, y, sin un
marco coercitivo cierto, las calles se transformaron en la selva.
Independientemente
de las posibles razones individuales que pudiéramos encontrar para saber a
ciencia cierta que los movilizó, pareciera que la gran motividad argentina
consiste en saber aprovechar el momento justo en el cual poder obtener algo a
expensas del otro. La ley del más fuerte: la ganancia del uno sobre la pérdida
del otro.
Las
profundidades causales arrastran años. Un dìa antes se conocía que el país,
nuevamente, tiene los peores índices educativos del mundo. La escuela
abandonada de todo tipo autoridad se hace impotente para garantizar el más
mínimo ascenso social, generando solamente exclusión y desigualdad, escupiendo
hijos desarmados para crecer en un mundo que avanza hacia la sociedad de la
información y el conocimiento.
La
anomia generalizada muestra su peor cara. Este concepto está en el centro de la
teoría sociológica de Emile Durkheim, y mas aún de Robert K. Merton, y designa una
situación en la que el tejido social está hecho harapos, que existen
determinadas situaciones en la que ninguna norma supraindividual limita la
agresividad de los individuos o los grupos, en la que las instituciones sociales
ya sólo regulan territorios marginales de la vida colectiva. Reina así un orden
anárquico de valores cuyas conductas no están ya determinadas, canalizadas, ni
reguladas por un orden social, ni siquiera por el Estado y sus magistraturas.
Para Merton la anomia es “La quiebra de la estructura cultural, que tiene lugar en particular cuando hay una disyunción aguda entre las normas y los objetivos culturales y las capacidades socialmente estructuradas de los individuos del grupo para obrar de acuerdo con aquellos.” (Merton Robert, Teoría y estructura sociales, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1970).La característica de caer en la anomia difiere asimismo entre los individuos debido a la estructura social donde conviven, haciendo a unos mas propensos y con más posibilidades de caer en un estado de anomia, donde las posibilidades para acceder a los fines prescriptos por la cultura y la sociedad en general son escasos, de esta manera sin poder encontrar los medios para los fines, el individuo se verá obligado o en la necesidad, si quiere cumplir con los deberes y fines impuestos culturalmente, en buscar soluciones ilícitas para llegar a su meta.
La
anomia nos observa y nos muestra la ausencia de un contrato social de valores
que sea sólido, que imponga, no la homogeneidad, sino el respeto; no el control
social, sino la convivencia; no la asimilación, sino la concordia en la
diversidad; en definitiva que establezca un acuerdo moral básico que nos
permita vivir en sociedad.
Sabemos
que la situación no es la misma del 2001. Aquellos saqueos acamparon cuando la
economía tenía índices mas negativos a los actuales. Hoy, la situación es un
tanto diferente. Dicho esto, nadie debe creer que el país vive en el mejor de
los mundos. Y esa es una primera instantánea clara de las horas recientes en
que muchos vivieron en peligro.
Los
saqueos tomaron por sorpresa a los gobiernos nacional y provincial y a la clase
política en general. La incertidumbre, la tensión y la ausencia de información
clara y fina fueron la constante. Y nuevamente la política dio una inocultable mediocridad
común.
Un
gobernador tan eufórico cual cierre de campaña, victimizante y sin la cintura y
el control necesario para asumir la situación; y un gobierno nacional que
perdido en la mezquindad política e irresponsable de su concentración de
atribuciones y recursos, soltó la mano al pueblo de Córdoba.
Quedó
evidenciado a su vez durante estas horas el desencaje entre poder y autoridad. La
autoridad legal quedó minimizada, relegada al margen del acontecer del poderío
social.
A veces
pareciera que confundimos por momentos cuáles son las funciones del Estado. Se
muestra como un gran gigante invertebrado que concentra recursos y
atribuciones, pero incapaz de atender sus necesidades básicas de Seguridad, Justicia, Salud y Educación.
Por debajo de algunos logros, se entiende al Estado como un
instrumento propio al servicio del control de la sociedad: se vigila a
activistas y opositores, se organizan servicios comunicacionales adictos, se
gasta dinero frivolidades para significar el relato, olvidando paradójicamente
el control interno de sus propias agencias, perdiendo el control sobre la
policía, el territorio y sobre las mafias que van perforando y abriendo nichos
de impunidad en ese gigante invertebrado. Y todos estos vacíos se abren en un
Estado que absorbe mas del 40% del PBI y que creció diez años a “tasas chinas”.
Este escenario inclemente, que por otra parte no deja de
crecer, requiere profundas transformaciones. La democracia no sólo implica
competencia por el poder; la democracia también implica el espíritu
constructivo de levantar el edificio del Estado con el cimiento puesto en el
mérito, la inclusión y el derecho. Una y otra tarea son diferentes y, a la vez,
complementarias.
Si los gobiernos de diferente signo no son capaces de
enhebrar el hilo de este argumento y no prestan la atención minuciosa que exige
tener siempre en alerta los controles intraestatales, la inseguridad y la
desconfianza seguirán cosechando sus peores frutos y erosionando el suelo de la
vida democrática. La ciudadanía terminará al cabo interrogándose acerca del “para
qué” de la democracia y hará girar sus preguntas en torno a otras infortunadas
fórmulas que antaño ponían la seguridad a costa de la libertad.
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