jueves, 5 de diciembre de 2013

El rostro de la anomia


“La desorganización social abre la puerta a todas las aventuras”.
Emile Durckheim




Olas de saqueos sacudieron los hogares de cientos de cordobeses en la pasada noche del 4 de diciembre. Comerciantes, supermercadistas, domicilios particulares fueron embestidos, atacados y asaltados por agresores que irrumpieron para robar y saquear.

Decenas de heridos y detenidos y un muerto fueron las consecuencias de la noche trágica que azotó a Córdoba y que hicieron recordar los días más fatales del país.  Un paro salarial de las fuerzas de seguridad dejaron indefensa toda la ciudad, y,  sin un marco coercitivo cierto, las calles se transformaron en la selva.

Independientemente de las posibles razones individuales que pudiéramos encontrar para saber a ciencia cierta que los movilizó, pareciera que la gran motividad argentina consiste en saber aprovechar el momento justo en el cual poder obtener algo a expensas del otro. La ley del más fuerte: la ganancia del uno sobre la pérdida del otro.

Las profundidades causales arrastran años. Un dìa antes se conocía que el país, nuevamente, tiene los peores índices educativos del mundo. La escuela abandonada de todo tipo autoridad se hace impotente para garantizar el más mínimo ascenso social, generando solamente exclusión y desigualdad, escupiendo hijos desarmados para crecer en un mundo que avanza hacia la sociedad de la información y el conocimiento.

La anomia generalizada muestra su peor cara. Este concepto está en el centro de la teoría sociológica de Emile Durkheim, y mas aún de Robert K. Merton, y designa una situación en la que el tejido social está hecho harapos, que existen determinadas situaciones en la que ninguna norma supraindividual limita la agresividad de los individuos o los grupos, en la que las instituciones sociales ya sólo regulan territorios marginales de la vida colectiva. Reina así un orden anárquico de valores cuyas conductas no están ya determinadas, canalizadas, ni reguladas por un orden social, ni siquiera por el Estado y sus magistraturas.
 
Para Merton la anomia es “La quiebra de la estructura cultural, que tiene lugar en particular cuando hay una disyunción aguda entre las normas y los objetivos culturales y las capacidades socialmente estructuradas de los individuos del grupo para obrar de acuerdo con aquellos.” (Merton Robert, Teoría y estructura sociales, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1970).
La característica de caer en la anomia difiere asimismo entre los individuos debido a la estructura social donde conviven, haciendo a unos mas propensos y con más posibilidades de caer en un estado de anomia,  donde las posibilidades para acceder a los fines prescriptos por la cultura y la sociedad en general son escasos, de esta manera sin poder encontrar los medios para los fines, el individuo se verá obligado o en la necesidad, si quiere cumplir con los deberes y fines impuestos culturalmente, en buscar soluciones ilícitas para llegar a su meta.
 
La anomia nos observa y nos muestra la ausencia de un contrato social de valores que sea sólido, que imponga, no la homogeneidad, sino el respeto; no el control social, sino la convivencia; no la asimilación, sino la concordia en la diversidad; en definitiva que establezca un acuerdo moral básico que nos permita vivir en sociedad.

Sabemos que la situación no es la misma del 2001. Aquellos saqueos acamparon cuando la economía tenía índices mas negativos a los actuales. Hoy, la situación es un tanto diferente. Dicho esto, nadie debe creer que el país vive en el mejor de los mundos. Y esa es una primera instantánea clara de las horas recientes en que muchos vivieron en peligro.

Los saqueos tomaron por sorpresa a los gobiernos nacional y provincial y a la clase política en general. La incertidumbre, la tensión y la ausencia de información clara y fina fueron la constante. Y nuevamente la política dio una inocultable mediocridad común.

Un gobernador tan eufórico cual cierre de campaña, victimizante y sin la cintura y el control necesario para asumir la situación; y un gobierno nacional que perdido en la mezquindad política e irresponsable de su concentración de atribuciones y recursos, soltó la mano al pueblo de Córdoba.

Quedó evidenciado a su vez durante estas horas el desencaje entre poder y autoridad. La autoridad legal quedó minimizada, relegada al margen del acontecer del poderío social.

A veces pareciera que confundimos por momentos cuáles son las funciones del Estado. Se muestra como un gran gigante invertebrado que concentra recursos y atribuciones, pero incapaz de atender sus necesidades básicas de Seguridad, Justicia, Salud y Educación.

Por debajo de algunos logros, se entiende al Estado como un instrumento propio al servicio del control de la sociedad: se vigila a activistas y opositores, se organizan servicios comunicacionales adictos, se gasta dinero frivolidades para significar el relato, olvidando paradójicamente el control interno de sus propias agencias, perdiendo el control sobre la policía, el territorio y sobre las mafias que van perforando y abriendo nichos de impunidad en ese gigante invertebrado. Y todos estos vacíos se abren en un Estado que absorbe mas del 40% del PBI y que creció diez años a “tasas chinas”.

Este escenario inclemente, que por otra parte no deja de crecer, requiere profundas transformaciones. La democracia no sólo implica competencia por el poder; la democracia también implica el espíritu constructivo de levantar el edificio del Estado con el cimiento puesto en el mérito, la inclusión y el derecho. Una y otra tarea son diferentes y, a la vez, complementarias.

Si los gobiernos de diferente signo no son capaces de enhebrar el hilo de este argumento y no prestan la atención minuciosa que exige tener siempre en alerta los controles intraestatales, la inseguridad y la desconfianza seguirán cosechando sus peores frutos y erosionando el suelo de la vida democrática. La ciudadanía terminará al cabo interrogándose acerca del “para qué” de la democracia y hará girar sus preguntas en torno a otras infortunadas fórmulas que antaño ponían la seguridad a costa de la libertad.

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