lunes, 16 de diciembre de 2013

El proceso chileno

 
"Cuando alguien nos pregunta qué somos en política o,
anticipándose con la insolencia que pertenece al estilo de nuestro tiempo,
nos adscribe a una, en vez de responder, debemos preguntar al impertinente
qué piensa él que es el hombre y la naturaleza y la historia,
qué es la sociedad y el individuo, la colectividad, el Estado, el uso, el derecho.
La política se apresura a apagar las luces para que todos estos gatos resulten pardos."
José Ortega y Gasset
 
Chile es hoy el gran éxito de América Latina a los ojos del mundo entero, aunque no sin un poco de vanidad de los propios chilenos. Con todo, las cifras macro y micro son mejores que las del Brasil de Lula y Dilma Rousseff: cuenta con el mayor PIB per cápita de América Latina, una inflación controlada y un crecimiento sostenido que han elevado sustancialmente la calidad de vida de los hermanos trasandinos.
La realidad es que nuestros vecinos han tenido enormes grados de consensos, sostenidos en el tiempo, referidos a la estabilidad institucional, el desarrollo económico, la iniciativa privada y la inclusión social, independientemente de la coalición gobernante que ejerza el poder. Los 20 años de la Concertación se han caracterizado por la seguridad jurídica y social, el fomento del crecimiento y la estabilidad económica y la suba de todos los índices sociales. El mismísimo Ricardo Lagos ha resumido así la gestión de la fuerza de centroizquierda:

“Primero tengo que hacer crecer la economía y, una vez que crece, ese delta del crecimiento lo puedo destinar a mejorar la educación, la salud, la vivienda, pero si no crezco, no puedo. Y hemos aprendido: para distribuir primero hay que crecer. Pero también sabemos que es importante distribuir para que haya una cohesión social para seguir creciendo. Es un camino complejo, difícil. Si me preocupo sólo por distribuir, se acaban las inversiones y el crecimiento. Si me preocupo sólo por crecer a la larga tengo un conflicto social.”

Por su parte Sebastián Piñera, el presidente que encabezó el primer gobierno de centroderecha tras más de veinte años de Concertación, gestionó con medidas que bien podrían catalogarse de progresistas. Durante su gestión se crearon más de 800.000 puestos de trabajo, llegando casi al pleno empleo. Se acortaron sustancialmente las listas de espera en los hospitales y se ampliaron como nunca las becas para los estudiantes. En materia de derechos humanos, el mandatario cerró el Penal Cordillera, considerado como un penal del lujo para militares procesados por delitos de lesa humanidad.
 
A su vez, con una inversión privada del 27% del PIB en 2013, según la revista Forbes, junto a los países que integran la Alianza del Pacífico, Chile está entre  los lugares más seguros del mundo para hacer inversiones y generar puestos genuinos de trabajo.
 
Ante las expectativas sobre el modelo y las supuestas intenciones de Michelle Bachelet de dar un giro brusco hacia un populismo autoritario, preciso es dilucidar el proceso.

Presionada por movimientos sociales, la nueva presidente electa dibuja un triángulo de reformas: educativa, cuyo objetivo es ir hacia la gratuidad de los estudios superiores; tributarias, con recargo a los que más tienen, en parte para costear la anterior reforma; y enmiendas a la Constitución para borrar lo que sobrevive de la dictadura militar (1973-1989).

Para aquellos que aún no se convencen, tal vez sea hora de percibir aquella gran enseñanza de Giovanni Sartori y entender que es lo que comprendieron los chilenos:

“Después de más de un siglo de laceraciones hemos vuelto a entender que a la democracia liberal – el verdadero nombre de la verdadera cosa – no le es necesario solamente el demócrata que espera el bienestar, la igualación y la cohesión social; sino que, además, le es necesario el liberal atento a los problemas de la servidumbre política, de la forma del Estado y de la iniciativa individual”.
 

O en palabras del ex-presidente chileno ya citado:

"Si en los noventa se cayó toda la estantería del socialismo real, en 2008 lo fue la del neoliberalismo extremo. No vamos a una izquierdización, sino a un nuevo ciclo político y económico"

Para algunos analistas, con la vuelta de Bachelet, en Chile sobreviene un modelo rupturista del consenso sobre como se progresa: un capitalismo dinámico y abierto, igualdad de oportunidades, ética meritocrática y una búsqueda pragmática del consenso
 

Este consenso mantenido hasta ahora, creemos, será difícil de quebrar y la plataforma propuesta por el nuevo oficialismo (pese a los movimientos mas radicalizados y que añoran los tiempos de la guerra fría) no vá más allá de lo que plantearía cualquier socialdemócrata moderno.


Por lo pronto, la nueva mandataria tendrá para resolver dos déficits con el equilibrio que le dio ya su primera gestión: la educación, remarcada con bajos índices por los estudios PISA y la cuestión social remarcada por la propia sociedad.

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