"Cuando alguien
nos pregunta qué somos en política o,
anticipándose con la
insolencia que pertenece al estilo de nuestro tiempo,
nos adscribe a una, en
vez de responder, debemos preguntar al impertinente
qué piensa él que es el hombre y la naturaleza
y la historia,
qué es la sociedad y
el individuo, la colectividad, el Estado, el uso, el derecho.
La política se
apresura a apagar las luces para que todos estos gatos resulten pardos."
José Ortega y Gasset
Chile es hoy
el gran éxito de América Latina a los ojos del mundo entero, aunque no sin un
poco de vanidad de los propios chilenos. Con todo, las cifras macro y micro son
mejores que las del Brasil de Lula y Dilma Rousseff: cuenta con el mayor PIB
per cápita de América Latina, una inflación controlada y un crecimiento
sostenido que han elevado sustancialmente la calidad de vida de los hermanos
trasandinos.
La realidad
es que nuestros vecinos han tenido enormes grados de consensos, sostenidos en
el tiempo, referidos a la estabilidad institucional, el desarrollo económico,
la iniciativa privada y la inclusión social, independientemente de la coalición
gobernante que ejerza el poder. Los 20 años de la Concertación se han caracterizado por la seguridad jurídica y
social, el fomento del crecimiento y la estabilidad económica y la suba de
todos los índices sociales. El mismísimo Ricardo Lagos ha resumido así la
gestión de la fuerza de centroizquierda:
“Primero tengo que hacer crecer la economía y, una vez que crece, ese delta del crecimiento lo puedo destinar a mejorar la educación, la salud, la vivienda, pero si no crezco, no puedo. Y hemos aprendido: para distribuir primero hay que crecer. Pero también sabemos que es importante distribuir para que haya una cohesión social para seguir creciendo. Es un camino complejo, difícil. Si me preocupo sólo por distribuir, se acaban las inversiones y el crecimiento. Si me preocupo sólo por crecer a la larga tengo un conflicto social.”
Por su parte Sebastián
Piñera, el presidente que encabezó el primer gobierno de centroderecha tras más de veinte años de Concertación, gestionó con
medidas que bien podrían catalogarse de progresistas. Durante su gestión se
crearon más de 800.000 puestos de trabajo, llegando casi al pleno empleo. Se
acortaron sustancialmente las listas de espera en los hospitales y se ampliaron
como nunca las becas para los estudiantes. En materia de derechos humanos, el
mandatario cerró el Penal Cordillera, considerado como un penal del lujo para
militares procesados por delitos de lesa humanidad.
Presionada por movimientos sociales, la nueva
presidente electa dibuja un triángulo de reformas: educativa, cuyo objetivo es ir hacia la gratuidad de
los estudios superiores; tributarias, con recargo a los que más tienen, en
parte para costear la anterior reforma; y enmiendas a la Constitución para
borrar lo que sobrevive de la dictadura militar (1973-1989).
Para aquellos
que aún no se convencen, tal vez sea hora de percibir aquella gran enseñanza de
Giovanni Sartori y entender que es lo que comprendieron los chilenos:
“Después de más de un siglo de laceraciones hemos vuelto a entender que a la democracia liberal – el verdadero nombre de la verdadera cosa – no le es necesario solamente el demócrata que espera el bienestar, la igualación y la cohesión social; sino que, además, le es necesario el liberal atento a los problemas de la servidumbre política, de la forma del Estado y de la iniciativa individual”.
O en palabras del ex-presidente chileno ya citado:
"Si en los noventa se cayó toda la estantería del socialismo real, en 2008 lo fue la del neoliberalismo extremo. No vamos a una izquierdización, sino a un nuevo ciclo político y económico"
Para algunos analistas, con la vuelta de Bachelet, en Chile sobreviene un modelo rupturista del consenso sobre como se progresa: un capitalismo dinámico y abierto, igualdad de oportunidades, ética meritocrática y una búsqueda pragmática del consenso
Este consenso mantenido hasta ahora, creemos, será difícil de quebrar y la plataforma propuesta por el nuevo oficialismo (pese a los movimientos mas radicalizados y que añoran los tiempos de la guerra fría) no vá más allá de lo que plantearía cualquier socialdemócrata moderno.
Por lo pronto, la nueva mandataria tendrá para resolver dos déficits con el equilibrio que le dio ya su primera gestión: la educación, remarcada con bajos índices por los estudios PISA y la cuestión social remarcada por la propia sociedad.
Por lo pronto, la nueva mandataria tendrá para resolver dos déficits con el equilibrio que le dio ya su primera gestión: la educación, remarcada con bajos índices por los estudios PISA y la cuestión social remarcada por la propia sociedad.
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