La limitación es esencial a la autoridad, pues un gobierno
sólo es legítimo si está efectivamente
limitado.
Todo parece indicar que por primera vez en la
historia, el peronismo deberá correr con la cuenta del ajuste de la fiesta que
organizó. Y como quién trata de evitar lo inminente, acude a toda su epopeya
ideológica para ganar tiempo y evitar que el desfalco le explote del todo en las manos. El fantasma del “golpe
de mercado” empieza a transformarse en la gran excusa para evitar lo que para
todo el mundo político y económico es obvio: los recursos se acabaron y
cualquier intento de mantener su economía clientelar será a costa de emisión
espuria, deuda exponencial o mas impuestos, restringiendo y atorando aún mas a
la clase media argentina.
El kirchnerismo fue construyendo su paradójico fin. La
aspiración por una hegemonía montada con subsidios y concentración unitaria de
la caja generó todo un mundo subterráneo de fidelidades, fuertes en épocas de
prosperidad y pero tenues y débiles en épocas de crisis y ajuste. Éste mundo subterráneo que
atrajo el consenso de sindicalistas, empresarios corruptos especialistas en
cazar privilegios estatales y gobernadores cobardes, giró en torno a la fórmula
de una capitalismo asisitido y prebendario. Controló y concentró así el poder
económico y el poder político. Para ello necesitó un gobierno subsidiador que
ofertó, a cambio de fidelidad y servidumbre política, la maximización de las
rentas sectoriales a costa del presupuesto público. El Estado populista es así,
ni liberal ni de bienestar, es un estado clientelar. En este sentido el
kirchnerismo perfeccionó todo un estilo de hacer política, iniciada según Tulio
Halperín Dongui en los albores del primer peronismo y continuada por todos los
sectores partidarios que gobernaron hasta entonces. Una concepción política que
se “reducía a una técnica para suscitar obediencia”. El peronismo así, a pesar
de sus recurrentes y desconcertantes metamorfosis, retiene un rasgo
caracterizador, y es la conciencia viva de que lo que siempre está en juego es nada
más que el poder.
El gran problema de todo ello es que para el
mantenimiento de un gobierno hegemónico, según lo buscó el peronismo en
cualquiera de sus máscaras, el patrimonialismo clientelar y el uso del estado
como botín de guerra es una consecuencia ipso
facto. La economía peronista estará así condenada siempre al fracaso, a la
inflación y al déficit si no cambia su concepción del poder.
A pesar de sus intentos de fatuos revolucionarios, en definitiva Axel Kicillof no es muy diferente de sus predecesores. Kicillof, Gelbard, Gómez Morales, Celestino Rodrigo, son todos brazos y cabezas de Briareo. El programa económico es prácticamente el mismo. Subsidios a empresarios amigos y derroche del gasto público, cierre de importaciones y control rígido y burocrático de la exportación, congelamiento de precios y emisión monetaria descontrolada. Y a ello se agrega el parche inmoral del asistencialismo corrupto de siempre, de dar a los mas pobres lo suficiente para que sigan siendo pobres, sin ninguna posibilidad de movilidad social.
Pero la situación actual es aún peor que las anteriores crisis cíclicas de las economías populistas. A ello se suma un grave problema de conducción que genera incertidumbre y desolación. El gobierno no logra transmitir un rumbo, aunque lo pueda haber, y sus complejos ideológicos le impiden ver la salida. Se presume que la única estrategia es retrasar todo lo posible el ajuste y resisitir con emisión espuria y sus más de 29 mil millones de dólares en el Banco Central.
El año y medio que resta marcará la encrucijada. Para mantener su base de poder electoral, el kirchnerismo seguirá posiblemente con la economía subsidiada, los controles de precios y el relato infantilista de los fierros conspiracionistas y el “golpe de mercado” y profundizará de ésta manera la lenta y larga agonía de la crisis energética, el deficit fiscal y una de las inflaciones mas altas del mundo.
No parece haber por el momento solución ni de corto ni de largo plazo, sin un cambio estructural y profundo, incompatible hoy con el marco ideológico y político del oficialismo y el cual no contaría con el apoyo de sus mayorías legislativas. Por lo pronto, si no se introducen cambios drásticos, es probable que una situación de crisis modifique más adelante estas resistencias a los cambios necesarios y finalmente la fuerza de los hechos se impondrá: Pero a un costo económico y social mucho mayor.
Después de la lenta agonía, si sabemos aprovechar el aprendizaje histórico, deberá comenzar la reconstrucción de una Argentina mas republicana y federal, abierta y emprendedora, productiva y con inclusión.
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