Sueño que un
día,
en las rojas colinas de Georgia,
los hijos de los antiguos esclavos
y los
hijos de los antiguos dueños de esclavos,
se puedan sentar juntos a la mesa de
la hermandad
Martin Luther King
Solomon
Northup, hijo de esclavos emancipados en el Norte, fue un hombre libre que
vivía con su esposa y tres hijos en Nueva York. Aunque no gozaba de los mismos
derechos que los blancos (los negros no podían votar), tenía formación de
músico y su familia vivía decentemente. Sin embargo, sus desgracias comenzaron
cuando en 1841, 20 años antes de la guerra de secesión, se dejó timar por dos
blancos que lo llevaron hasta Washington, donde la esclavitud era legal, con la
promesa de que lo contratarían para tocar el violín en un circo itinerante. En
realidad era una trampa para venderlo como esclavo y trasladarlo al Sur, donde
pasó de ser un individuo libre a un animal encadenado y sujeto a los
arbitrarios castigos de sus dueños. De esa terrible experiencia, de la que
Northup milagrosamente sobrevivió y pudo escapar gracias a la gestión de un
canadiense que supo de su caso y alertó a su familia en el Norte, pudo
recuperar su libertad.
La película dirigida
por Steve McQueen, basada en hechos reales y en la novela autobiográfica del
mismo título, “12 años de esclavitud”,
no ahorra al espectador en ningún momento ser testigo de primera fila del dolor
y el terror al que se ve sometido el protagonista, alejado cruelmente de sus
seres queridos, apaleado y torturado física y psicológicamente sin piedad por
sus captores y la mayoría de aquellos que pasan a considerarse sus amos y
dueños absolutos de su vida.
Luego de
estos episodios, Northup escribió el libro que fue bestseller en su época. Más
no se quedó allí y su labor de concientización de los crímenes que se cometían
contra los negros fue más allá: se unió a los abolicionistas y a la red
clandestina Underground Railroad que
ayudaba a los esclavos fugitivos. Eran pioneros del movimiento de lucha civil
que mucho después logró acabar parcialmente con la segregación racial.
Lo novedoso
de ésta película es que se centra en el problema de la esclavitud, en su
moralidad, en la lucha entre la justicia y la legalidad, y no solamente en la
formación de una cultura “negra” independiente como nos tienen acostumbrados
los amigos de Hollywood al tocar esta problemática.
Como bien
señala el historiador norteamericano Edmund Morgan, haciendo énfasis en las
ideas de libertad que se suceden a la separación de Gran Bretaña, como colonos
del imperio los norteamericanos libres aceptaron el control limitado de sus
actividades. No obstante, cuando disolvieron la conexión y basaron su gobierno
en el consentimiento de los gobernados, abrieron las puertas a una libertad más
amplia de lo que percibieron en aquel momento. Reconocieron la evidente
contradicción entre la proclamación de la igualdad y la libertad y el hecho de
continuar poseyendo esclavos (blancos y negros) y esperaban resolverla en algún
momento indeterminado del futuro. En última instancia, se necesitó una guerra
civil.
Y se necesitó
una guerra porque esclavitud y libertad son opuestos irreconciliables. Ciertos
estudios han sostenido que el triunfo de los afroamericanos en mantener una
vida propia ha redundado en el reconocimiento de que la esclavitud era entonces
una relación negociada. Si bien la esclavitud nunca fue tan absoluta como los
esclavistas y propietarios de esclavos reclamaron que fuera, las relaciones
negociadas entre amo y esclavo jamás, naturalmente, se habían acercado a una
relación entre iguales. El esclavo podía sacar provecho de su conducta creando
situaciones que estaban más allá del control del amo y que disminuían el
trabajo, otros conseguían su libertad luego de largos años de “trabajo”,
incluso es posible que algunos hayan tenido privilegios y estatus, pero en
ningún tiempo ha existido un estado intermedio entre la esclavitud y la
libertad, ni un conjunto de pasos preestablecidos que llevara progresivamente hacia
ella.
Morgan, en su
“Esclavitud y libertad en los Estados
Unidos” encontrará la génesis del problema en el pasado colonial de
Virginia, la más antigua y rica colonia inglesa de América, donde el cultivo
del tabaco en grandes plantaciones sometió a sirvientes blancos y a esclavos
africanos al mismo régimen opresivo. La primera reacción colectiva contra éste
régimen provino de los blancos pobres, quienes en 1676 encabezaron una violenta
rebelión.
Consecutivamente,
la ampliación de esclavos permitió suplir a los sirvientes blancos en las
plantaciones. A la sazón el racismo, basado en la arrogancia y la autoimpuesta
superioridad racial, emergió como la ideología política unificadora de las
elites y los blancos pobres para garantizar la paz social. A la esclavitud
africana se opuso, desde comienzos del S.XVIII, la libertad de los blancos,
miembros exclusivos y solidarios de una república racialmente homogénea. Para
Morgan esta solución política inaugurada por la elite de Virginia madurará en
el S.XIX, en el racismo popular, que subsistirá en USA hasta mediados del S.XX.
En
definitiva, si de algo sirve la película de Mc Queen, es sin dudas para
advertirnos la importancia de no olvidar lo que ha sido el tortuoso camino de
los derechos civiles.
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