sábado, 20 de junio de 2015

Manuel Belgrano según sus contemporáneos

[i]Retrato del General Belgrano

"El General Belgrano era de regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba; tenía una fístula bajo un ojo - que no lo desfiguraba porque era casi imperceptible-; su cara era mas bien de alemán que de porteño.
No se le podía acompañar por la calle porque su andar era casi corriendo; no dormía mas que tres o cuatro horas, montando a caballo a media noche, que salía de ronda a observar el ejército, acompañado solamente de un ordenanza. Era tal la abnegación con que este hombre extraordinario se entregó a la libertad de su patria, que no tenía un momento de reposo, nunca buscaba su comodidad, con el mismo placer se acostaba en el suelo que en la mullida cama.

No es cierto que hiciese demasiada ostentación de los usos europeos hasta el grado de chocar las costumbres nacionales (como lo dice Paz), como no es cierto que se presentase en público con lujo ni con el esmero de un elegante refinado. Se presentaba aseado, como lo había conocido yo siempre, con una levita de paño azul, con alamares de seda negra, que se usaba entonces, su espada y gorra militar de paño. Su caballo no tenía mas lujo que un gran mandil de paño azul, sin galón alguno, que cubría la silla y que estaba yo cansado de verlo usar en Buenos Aires a todos los jefes de caballería. Todo el lujo que llevó al ejército fue una volanta inglesa de dos ruedas, que el manejaba, con un caballo y en la que paseaba algunas mañanas, acompañado de su segundo el general Cruz. Esto llamaba la atención porque era la primera vez que se veía en Tucumán. En los días clásicos, en que vestía uniforme, se presentaba con un sombrero ribeteado con un rico galón de oro que le había regalado hoy el general Tomás Iriarte...

La casa que habitaba, y que el general mandó edificar en la Ciudadela, era de techo de paja, dos bancos de madera, una mesa ordinaria, un catre pequeño de campaña con delgado colchón que siempre estaba doblado, y la prueba de que su equipaje era muy modesto fué que, al año de haber llegado, me hizo presente se hallaba sin camisas y me pidió que le hiciese traer de Buenos Aires dos piezas de irlanda de hilo, lo que efectué. Se hallaba siempre en la mayor escasez, así es que muchas veces me mandó pedir cien o doscientos pesos para comer. Lo he visto tres o cuatro veces, en diferentes épocas con las botas remendadas, y no se parecía en esto a ningún elegante de París y Londres...

El general Belgrano era un hombre de talento cultivado, de maneras finas y elegantes, gustaba mucho del trato de las señoras; un día me dijo que, algo de lo que sabía, lo había aprendido en la sociedad con ellas. Otro día me dijo "Me lleno de placer cuando voy de visita a una casa y encuentro en el estrado, en sociedad con las señoras a los oficiales de mi ejército; en el trato con ellas los hombres se acostumbran a los modales finos y agradables, se hacen amables y sensibles; en fin, el hombre que gusta de la sociedad de ellas, nunca puede ser un malvado". Ésta ocurrencia me hizo reír mucho.

El general era muy honrado, desinteresado, recto; perseguía el juego y el robo en su ejército; no permitía que se le robase un solo peso al Estado, ni que se le vendiese mas caro que a los otros. Como yo le había hecho a el algunos servicios, y muy continuos al ejército, sin interés alguno, cuando necesitaba paños, lencería u alguna otra cosa para el ejército, me llamaba y me decía: "Amigo Balbín, necesito tal cantidad de efectos, traígame las muestras, y el último precio, en la inteligencia de que, a igual precio e igual calidad usted es preferido a todos, pero a igual calidad y un centavo menos, cualquier otro". Después llamaba a los demás comerciantes. Generalmente éstos no tenían las cantidades que necesitaba el general ni podían vender tan acomodado como, por ser mas valioso el negocio a mi cargo; así es que, continuamente le hacía ventas."

José Celedonio Balbín. (Comerciante y conocedor de muy cerca al general Belgrano en Tucumán y Buenos Aires).



Dibujo de Johann Moritz Rugendas.
Pintor y dibujante alemán, conocido por sus registros de paisajes y gentes de varios países latinoamericanos en la primera mitad del S.XIX.



Hábitos militares del General Belgrano.

"En el año 1818, cuando el general Belgrano, general en jefe del ejército del Perú estaba estacionado en la ciudad de Tucumán, su vida era activa y vigilante como si estuviese en campaña frente al enemigo: una parte del día la destinaba al descanso, la otra al estudio: durante la noche no dormía, montaba a caballo acompañado de un ordenanza, recorría los cuarteles y patrullaba por las calles de la ciudad. Si encontraba un individuo del ejército la corrección era infalible, porque todas las clases estaban obligadas a dormir en sus cuarteles de la ciudadela, y en la de oficiales uno por compañía -el de semana.

Muchas veces lo acompañé en estas excursiones nocturnas. Se retiraba a descansar al amanecer. Durante el almuerzo el general Cruz, mayor general, se presentaba a recibir órdenes. Después de almorzar despachaba, leía y se acostaba hasta que servían la comida. Los edecanes del servicio se sentaban a la mesa, que era bastante frugal. Después de comer iba recrearse a su pequeño jardín y yo sólo lo acompañaba. Hablábamos del país, de su situación, del estado de la guerra; y era en estas ocasiones cuando me favorecía con confidencias que mucho lisonjeaban mi amor propio -joven como era yo entonces- sobre asuntos importantes conexionados con la causa pública.

Era tan estricto el sistema de economía establecido por el general, y su escrupulosidad para que el erario no fuese defraudado, que hasta para las datas de la Tesorería de tres y cuatro pesos, él mismo firmaba las órdenes. El ejército estaba mal pagado, pero el general señaló una porción de terreno a cada regimiento para su cultivo: todos los cuerpos tenían una huerta abundante de hortalizas y legumbres, y de este modo, y estableciendo la mesa común entre los jefes y oficiales por cuerpos, todos llenaban su necesidad y entretenían su equipo, porque los frutos que sobraban se vendían en beneficio de los individuos de todos los cuerpos del ejército. Este sistema geodésico es excelente y debería establecerse en los cuerpos acantonados en la campaña, pues no sólo produce el beneficio de mejorar la condición material del soldado, sino que lo preserva de los fatales efectos del ocio y de la disipación, que es su inefable consecuencia".

Tomás de Iriarte. (Militar y cronista argentino, que pasó del ejército realista al independentista, y luchó en la guerra del Brasil y en las guerras civiles argentinas, enfrentando a Rosas).



[i] Ambas referencias históricas fueron extraídas de “Estampas del Pasado. Lecturas de Historia Argentina.” de José Luis Busaniche. Ed Hachette, 1959.

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