"Si
no hay golpe de Estado, tal vez la tarea más demoníaca
para
hacer peligrar la democracia sea arrasar con el Poder Judicial".
Guillermo
O'Donnell.
No es novedad la manipulación retórica con que el kirchnerismo
trata de embaucar constantemente, desempolvando fenómenos antiguos con una
argumentación de mediados del S.XX. Tal vez sea símbolo de la decadencia
política, como sostenía Marx, agitar viejos fantasmas para verse representados,
farsa y cómicamente, en ellos.
Las acusaciones de “golpismo”, “sedición” y todo el
diccionario de acontecimientos del siglo pasado son vueltos a ponerse en
cuestión por mezquinos intereses autoritarios y la no aceptación de la
transferencia pacífica del poder. La misma idea de la democracia republicana,
constitucionalmente organizada sobre pilares institucionales, con frenos y
contrapesos, son materia de debate en los avances legislativos más delirantes y
prepotentes que permanentemente busca conseguir el gobierno.
Pero viéndole el lado positivo a la cosa, reconozcamos
que nos sirve pare refrescar las ideas de por qué aceptamos convivir (o al
menos intentamos) bajo un esquema de democracia moderna, de por qué aceptamos
una determinada serie de ficciones necesarias; pero sobre todo nos sirve para darnos
cuenta de la complejidad y la precariedad en que nos encontramos; de que las
ficciones pueden ser imaginarias, algunas veces vagas y genéricas, abstractas,
pero que acarrean decisivas
consecuencias en el plano material de la realidad.
Las ideas de libertad, igualdad, dignidad, derechos
humanos; el contrato social, la teoría de la representación, la soberanía del
pueblo, el federalismo; son ficciones que han servido a la convivencia humana.
La historia de nuestro país, anómico, vulnerable y endeble al respeto de la
ley, ¿no es acaso la historia de la incesante lucha por convertir en realidad
éstas ficciones?.
Pero volviendo a nuestro tema central, queremos dilucidar
por qué convivimos con ideas políticas prehistóricas (en sentido figurativo,
claro está), por qué éste discurso trastornado y conspiranoico es una gran
fuente de manipulación anacrónica.
Como bien enseñaba el maestro Mario Justo López, existe
un concepto vulgar sobre el golpe de estado, más próximo al concepto de revolución
y muy utilizado periodísticamente (y añadiríamos ahora políticamente), según el
cual consiste en la deposición de los ocupantes de los cargos de gobierno sin
más. Ésta conceptualización, sostiene nuestro autor, no tiene en cuenta las
distintas consecuencias jurídicas y las diversas formas de manifestaciones de
un golpe de estado. No contempla, por ejemplo, la tesis del autogolpe.
Es más, bien enseñaba Foucault en su “Seguridad,Territorio, Población”, que el
origen del coup de ´etat, o golpe de
estado, no significaba para nada la confiscación del Estado por unos a expensas
de otro, sino que ante todo es una suspensión, una cesación de las leyes y la
legalidad. Es una acción extraordinaria que el propio gobierno puede llevar a
cabo contra el derecho común, una acción que no guarda ningún orden ni forma
alguna de justicia [Exxesus iuris
communis].
“…acciones
atrevidas y extraordinarias que los príncipes se ven obligados a realizar, en
los asuntos difíciles y casi desesperados, contra el derecho común, sin guardar
siquiera orden alguno ni forma de justicia, y poniendo en riesgo el interés
particular por el bien público”, explicaba el célebre
Gabriel Naudé refiriéndose al golpe de estado en el S.XVII.
Finamente dirá López que hay golpe de Estado cuándo, como
consecuencia de actos no encuadrados en las “instituciones-normas” existentes
son depuestos los ocupantes de los cargos de gobierno que habían sido designados
de conformidad con aquellas, sin que ello importe la caducidad, abrogación o
destrucción del orden constitucional anterior, sino solamente su “suspensión”
–por consiguiente temporaria- de la plena vigencia de la Constitución en lo que
se infiere a su aplicación a la organización y funcionamiento de las
“instituciones-órganos”.
Es decir que no es necesario que haya “revolución” para
que exista golpe de estado, ya que el mismo detentador del gobierno puede
llevarlo adelante para sostenerse en el poder. (Ver caso Fujimori).
La idea de golpe de estado viene de la mano de otra idea
que también nos es familiar: la razón de estado. Michel Foucault rastrea los orígenes de la Razón de
Estado, básicamente a través de tres pensadores. El primero de ellos es
Giovanni Botero, quien en “De la razón de Estado” (1589) partirá de la idea de
que “El Estado es una firme dominación
sobre los pueblos” y que por ende la razón del estado “es el conocimiento de los medios idóneos para fundar, conservar y
ampliar dicha dominación” en su funcionamiento cotidiano y en la gestión de
todos los días. También citará a otro
italiano: Giovanni Palazzo. Afirma este autor: “digo que la razón de estado es una regla y un arte que enseñan y
observan los medios debidos y convenientes para alcanzar el fin fijado por el
artesano, definición que se verifica en el gobierno, toda vez que este es el
que nos hace conocer los medios y nos enseña la manera de ejercerlos para
procurar la tranquilidad y el bien de la república”.
Un texto más tardío, y más desarrollado, ya que trata de
1647, encuentra nuestro autor en el alemán Bogislaw Von Chemnitz. Para este
escritor la razón de estado es “cierta
consideración política que debe tenerse en todos los asuntos públicos, en todos
los consejos y proyectos, y que debe tender únicamente a la conservación, el
aumento, la felicidad del Estado, para lo cual es menester emplear los medios
más fáciles y pronto”.
Ante la pregunta ¿qué es la razón de estado?, Chemnitz
responde: es una técnica que permite derogar todas “las leyes públicas, particulares, fundamentales, cualquiera sea su
especie”. La razón de estado debe regir, “no según las leyes”, sino que son “las leyes mismas, que deben acomodarse al estado presente de la
república”.
Como se verá, no existe referencia alguna al derecho ni
al orden natural. El único fin de la razón de Estado, es el estado mismo, la
urgencia gubernamental. Por su propia cuenta, éste debe actuar de manera
rápida, inmediata y expedita, si es necesario sin reglas, en medio de la
urgencia y la necesidad. Y es ésta noción de necesidad, superior a todo derecho
natural y positivo, la ley fundamental.
Pero volvamos a la actualidad. Ante esto, y más allá del
anacronismo, luego de la catarata de presiones y persecuciones a jueces y
fiscales, de intentar someter, partidizar y colonizar el poder judicial, de no
cumplir los fallos judiciales de la mismísima Corte Suprema de Justicia, de la avalancha de leyes abiertamente inconstitucionales y de
denunciar por sedición a senadores opositores, cabe preguntarse ¿de que lado
están los sediciosos y golpistas?.
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