sábado, 12 de julio de 2014

Fútbol, política y civilización


"Tras muchos años en los que el mundo me ha brindado innumerables espectáculos,
lo que finalmente sé con mayor certeza 
respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres,
se lo debo al fútbol;
lo aprendí con mi equipo, el Racing Universitario de Argel.”
Albert Camus



El gesto de Javier Mascherano hacia el rival nigeriano Obafemi Martins, 
captados por las cámaras en el mundial de Sudáfrica 2010. 




Nunca faltan en los mundiales de fútbol, los amigos que despotrican contra él. Y ciertamente podremos llegar a conceder de que en cierta forma participa de la llamada “sociedad del espectáculo” (pan y circo para que los pueblos olviden su problemas), que es una hábil herramienta para ciertos políticos que mezclando deporte con nación pretenden fabricar unanimidades peligrosas; que la exaltación de pasiones puede sacar a relucir el más rancio de los nacionalismos, etc.  


El fútbol ha recibido críticas provenientes de las más diversas corrientes políticas: cierta derecha lo consideraba un espacio de irracionalidad y chabacanería, un deporte berreta, mientras que cierta izquierda lo veía como una expresión de la “alienación” que el sistema capitalista imponía a las masas, el mismo papel que Marx le había reservado a la religión (el opio del pueblo).


Resulta curioso como cierto nacionalismo se ha mostrado impávido ante éste fenómeno “foráneo” y “occidental”. Pero más curioso aún, es la idealización de una supuesta izquierda que convierte la “cultura nacional” en un arma de batalla contra el "imperialismo cultural". Nada más lejos de esa manera de pensar que Marx y Engels, quienes en el Manifiesto Comunista proclamaban: “La estrechez del espíritu nacional, el exclusivismo nacional devienen cada vez más imposibles, y de las numerosas literaturas nacionales y locales surge la literatura universal”. Es decir, el proceso civilizatorio se da por el intercambio constante de culturas y ninguna “nación”, ni la más antigua, pueden jactarse de autentica originalidad y autarquía, ya que todas las “culturas”, en constante cambio, son formadas por el intercambio con otras en su lengua, su literatura, su música, sus leyes y sus costumbres.


Llamativo es que la izquierda heredera de la Escuela de Frankfurt no haya asociado al fútbol al tan mentado, y repetido hasta el cansancio, “imperialismo cultural” o “industria cultural”. Y es que el fútbol es un fenómeno exclusivo de la modernidad global, del cosmopolitismo, de lo universal y mundial sobre lo local y particular, de la relación y el intercambio de las culturas, de la sociedad de consumo y la división del trabajo.


Y es una de las cosas que lo hace profundamente atractivo. Una grandiosa metáfora de la modernidad global. Si bien, como sabemos, tiene antecedentes similares en China, en el antiguo mediterráneo e incluso en los juegos de las civilizaciones mesoamericanas, en su versión actual y tal como lo conocemos, procede del mundo  moderno occidental.


Decimos entonces que tiene en su esencia todos los elementos propios de la modernidad: es una actividad con un marco regulatorio claro, con un cuerpo internacional que se encarga de dictar lo qué está permitido y lo qué está prohibido. El reglamento en la cancha es la ley que protege la destreza, la habilidad, la libertad del juego; es el orden que resguarda esa libertad. El fútbol requiere de la coordinación de esfuerzos y división de labores, y se respalda en una organización burocrática, propia del mundo moderno. Su internacionalismo hace posible la pluralidad, el intercambio, el encuentro pacífico.


La cancha es un lugar donde los valores tienen vigencia: requiere de disciplina, constancia, preparación, y hasta estudio; es una actividad de fuste, exige cálculo, inteligencia, estrategia, trabajo en equipo, y pone a prueba constantemente la competencia leal, el mérito y la capacidad de superación del hombre, donde entran a jugar la épica y lo heroico.


Pero también requiere (y ha sido una de las bases de su éxito mundial) de inversión, innovación y capital constante y es por eso que representa uno de los mayores espectáculos y negocios del mundo.



Y aún con todos los defectos que puede acarrear, el fútbol es un exponente de civilización donde las frivolidades mediáticas, que incluso rodean a ciertos jugadores y técnicos, terminan dejando paso a la magia del talento, la concentración, el cálculo y la inteligencia, pero también a la solidaridad, y el respeto a los valores mas altos del ser humano, reproducidas frente a millones de personas. 


Y si no me creés, mirá éste vídeo




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