"Tras
muchos años en los que el mundo me ha brindado innumerables espectáculos,
lo que
finalmente sé con mayor certeza
respecto a
la moral y a las obligaciones de los hombres,
se lo debo
al fútbol;
lo aprendí
con mi equipo, el Racing Universitario de Argel.”
Albert Camus
El gesto de Javier Mascherano hacia el rival
nigeriano Obafemi Martins,
captados por las cámaras en el mundial de Sudáfrica 2010.
Nunca
faltan en los mundiales de fútbol, los amigos que despotrican contra él. Y
ciertamente podremos llegar a conceder de que en cierta forma participa de la
llamada “sociedad del espectáculo” (pan y circo para que los pueblos olviden su
problemas), que es una hábil herramienta para ciertos políticos que mezclando
deporte con nación pretenden fabricar unanimidades peligrosas; que la
exaltación de pasiones puede sacar a relucir el más rancio de los nacionalismos,
etc.
El fútbol ha recibido críticas provenientes de las más diversas corrientes
políticas: cierta derecha lo consideraba un espacio de irracionalidad y chabacanería,
un deporte berreta, mientras que cierta izquierda lo veía como una expresión de
la “alienación” que el sistema capitalista imponía a las masas, el mismo papel
que Marx le había reservado a la religión (el opio del pueblo).
Resulta
curioso como cierto nacionalismo se ha mostrado impávido ante éste fenómeno “foráneo”
y “occidental”. Pero más curioso aún, es la idealización de una supuesta
izquierda que convierte la “cultura nacional” en un arma de batalla contra el "imperialismo cultural". Nada más lejos de esa
manera de pensar que Marx y Engels, quienes en el Manifiesto Comunista
proclamaban: “La estrechez del espíritu nacional, el exclusivismo nacional
devienen cada vez más imposibles, y de las numerosas literaturas nacionales y
locales surge la literatura universal”. Es decir, el proceso civilizatorio se
da por el intercambio constante de culturas y ninguna “nación”, ni la más
antigua, pueden jactarse de autentica originalidad y autarquía, ya que todas
las “culturas”, en constante cambio, son formadas por el intercambio con otras
en su lengua, su literatura, su música, sus leyes y sus costumbres.
Llamativo
es que la izquierda heredera de la Escuela de Frankfurt no haya asociado al
fútbol al tan mentado, y repetido hasta el cansancio, “imperialismo cultural” o
“industria cultural”. Y es que el fútbol es un fenómeno exclusivo de la
modernidad global, del cosmopolitismo, de lo universal y mundial sobre lo local
y particular, de la relación y el intercambio de las culturas, de la sociedad
de consumo y la división del trabajo.
Y es una de las cosas que lo hace profundamente atractivo. Una grandiosa metáfora de la modernidad global. Si bien, como sabemos, tiene antecedentes similares en China, en el antiguo mediterráneo e incluso en los juegos de las civilizaciones mesoamericanas, en su versión actual y tal como lo conocemos, procede del mundo moderno occidental.
Y es una de las cosas que lo hace profundamente atractivo. Una grandiosa metáfora de la modernidad global. Si bien, como sabemos, tiene antecedentes similares en China, en el antiguo mediterráneo e incluso en los juegos de las civilizaciones mesoamericanas, en su versión actual y tal como lo conocemos, procede del mundo moderno occidental.
Decimos entonces que tiene en su esencia todos los elementos propios de la modernidad: es una
actividad con un marco regulatorio claro, con un cuerpo internacional que se
encarga de dictar lo qué está permitido y lo qué está prohibido. El reglamento
en la cancha es la ley que protege la destreza, la habilidad, la libertad del
juego; es el orden que resguarda esa libertad. El fútbol requiere de la
coordinación de esfuerzos y división de labores, y se respalda en una organización burocrática, propia del mundo moderno. Su internacionalismo
hace posible la pluralidad, el intercambio, el encuentro pacífico.
La
cancha es un lugar donde los valores tienen vigencia: requiere de disciplina, constancia,
preparación, y hasta estudio; es una actividad de fuste, exige cálculo,
inteligencia, estrategia, trabajo en equipo, y pone a prueba constantemente la
competencia leal, el mérito y la capacidad de superación del hombre, donde
entran a jugar la épica y lo heroico.
Pero
también requiere (y ha sido una de las bases de su éxito mundial) de inversión,
innovación y capital constante y es por eso que representa uno de los mayores
espectáculos y negocios del mundo.
Y aún
con todos los defectos que puede acarrear, el fútbol es un exponente de civilización
donde las frivolidades mediáticas, que incluso rodean a ciertos jugadores y técnicos,
terminan dejando paso a la magia del talento, la concentración, el cálculo y la
inteligencia, pero también a la solidaridad, y el respeto a los valores mas altos del ser humano, reproducidas frente a millones de personas.
Y si no me creés, mirá éste vídeo.
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