domingo, 28 de diciembre de 2014

La Máquina se detiene – E. M. Forster



“Había botones e interruptores por todos lados – botones para pedir comida, música, vestido. 
Había un botón para pedir un baño caliente, que al presionarlo hacia surgir del suelo 
una bañera de mármol rosado (de imitación), repleto hasta el borde con un cálido y desodorizado liquido.
Estaba el botón de baño frio. Estaba el botón para obtener literatura.
Y estaban por supuesto los botones por los cuales se comunicaba con sus amigos.

La máquina se detiene – E. M. Forster.








“Imagine, si usted puede, una habitación pequeña, de forma hexagonal, como la celda de una abeja. No está iluminada ni por ventanas ni por lámparas, sin embargo la inunda un suave resplandor. No tiene aberturas para ventilarla, aun así el aire es fresco. No hay instrumentos musicales, pese a esto, al momento de comenzar mi relato, el cuarto vibraba con una música melodiosa. Hay un sillón en el centro, junto a este una mesa de lectura – esos son los únicos muebles. Y en este sillón se sienta un bulto arropado de carne – una mujer, de un metro y medio de alto, con la cara pálida como un hongo.

A ella es a quien le pertenece esta habitación.”


Así comienza éste fantástico relato de ciencia ficción de Edward Morgan Forster, una de las deleites universales del género distópico escrito antes de la primera guerra mundial.


Se sostiene con frecuencia que las novelas distópicas buscan denunciar, directa o subrepticiamente, una época, un estado de situación, que buscan hacer una advertencia sobre las consecuencias del presente. Así las novelas de George Orwell (“1984” – “Rebelión en le granja”), Yevgueni Zamiatin (“Nosotros”), Aldous Huxley (Un mundo feliz) y Ray Bradbury (Fahrenheit 451) tenían por fin denunciar y/o parodiar los totalitarismos del S.XX.


A su vez, obras como “La rebelión del Atlas” de Ayn Rand procuraban demostrar los vicios mas decadentes del Estado de Bienestar de los años 40/50 y los cuentos de Jack London, en contraste, anunciaban una visión apocalíptica sobre la democracia liberal.


Posiblemente como una crítica a la fe en el progreso que se vivía entonces (1909), “La Máquina se detiene” presenta una visión apocalíptica estrepitosa,  una sociedad tan dominada por la tecnología que sus miembros han olvidado no sólo cómo controlarla, sino también cómo ser humanos. Un curioso totalitarismo, cuya cabeza es un “Comité Central”, controla todos los aspectos de la vida de los hombres. Desde la natalidad hasta las necesidades más vitales son facilitadas y controladas por “La Máquina”, quién ha destrozado todo poder de iniciativa humano.


En el mundo descripto por Forster, los hombres se encuentran aislados entre sí, se relativizan los afectos personales y las relaciones humanas, la solidaridades sociales desaparecen y el individuo se aísla en el reducto tecnológico donde solo tiene tiempo para ello. Todo es suplantado por videoteléfonos y una red de comunicaciones planetaria que maceran el espíritu humano.


Una visión política de éste asunto ha proporcionado Giovanni Sartori en su “Homo Videns. La sociedad teledirigida” donde el mismo autor asume su carácter apolítico pero con el afán de prevenir el peligro de la desaparición de la cultura escrita, por la audio-visual, y su influencia en la capacidad cognitiva de los hombres. El problema para Sartori, no es la tecnología en sí. Sino que una sociedad que pierde la capacidad de reflexión y de pensamiento en abstracto (que solo proporciona la cultura escrita), es una sociedad presa de la imagen y de los demagogos de turno.


Dirá el célebre politólogo: “el niño formado en la imagen se reduce a ser un hombre que no lee, y, por tanto, la mayoría de las veces, es un ser «reblandecido por la televisión», adicto de por vida a los videojuegos”.


Su tesis es la siguiente: 

“Casi todo nuestro vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras abstractas no tienen ningún correlato en cosas visibles y cuyo significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes” (…) “nuestra capacidad de administrar la realidad política, social y económica en la que vivimos  , y a la que se somete la naturaleza del hombre, se fundamenta exclusivamente en un pensamiento conceptual que representa entidades invisibles e inexistentes” (…) “la televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender” (...) “lo que nosotros vemos o percibimos concretamente, no produce ideas, pero se insiere en ideas (o conceptos) que lo encuadran y lo significan".


El fondo del asunto es la histórica preocupación por formar ciudadanos que jerarquicen la democracia y no que la destruyan. El escritor Florentino no propone destruir ni regular Internet (conoce bien los peligros políticos que ello conlleva), sino alertar a la sociedad, a los padres, a los docentes, a los líderes sociales, que el progreso tecnológico si bien no se puede detener, tampoco se nos debe escapar de las manos. La cultura escrita y la cultura audiovisual deben buscar una síntesis armoniosa.


¿Sería esta visión la que preveía Forster? Es difícil saberlo. No obstante el meollo de la obra nos lleva a presumir que la preocupación de que la tecnología “se nos escape de las manos” parece estar presente.


Uno de los diálogos centrales de la obra es contundente en éste sentido:


"No te das cuenta de que somos nosotros los que estamos muriendo, y que aquí lo único que realmente vive es la máquina? Hemos creado la máquina para hacer nuestra voluntad, pero ahora no podemos hacer que ella cumpla la nuestra. Nos ha robado el sentido del espacio y del tacto, ha emborronado todas las relaciones humanas y ha reducido el amor a un mero acto carnal; ha paralizado nuestros cuerpos y nuestras voluntades y ahora nos obliga a a rendirle culto. La Máquina avanza, pero no según nuestras directrices; actúa, pero no de acuerdo a nuestros objetivos. Existimos sólo como glóbulos sanguíneos que fluyen por sus arterias, y si pudiera funcionar sin nosotros, nos dejaría morir”.



En definitiva, una novela corta de sorprendente actualidad que nos ayuda a conciliar la convivencia entre la tecnología, la comunicación virtual, con la necesidad de progreso y de armonía social.


En el quinto episodio de la primera temporada de Futurama, “Fears From a Robot Planet (Temores de un Planeta Robot), Fry, Leala y Bender tienen que llevar un paquete al planeta Chapek 9 en una época de convulsión política; los robots, cansados de ser meros esclavos de los hombres, habían tomado el mando y declarado la guerra a todo ser humano; nuestros protagonistas tenían que hacerse pasar por máquinas para cumplir su misión.