“Un fenómeno histórico nunca se explica
plenamente fuera del estudio de su momento. Esto es
cierto
para todas las etapas de la evolución. Para la que
vivimos y
para las otras. El proverbio árabe lo dijo antes que
nosotros:
"Los hombres se parecen más a su tiempo que a
sus padres".
Por no haber meditado sobre esta sabiduría oriental,
el estudio
del pasado a veces se ha desacreditado.”
Marc Bloch (1)
Un viejo peligro acecha en todas las épocas a los
historiadores: el peligro del anacronismo. Figuras reprobadas en algún tiempo
pasan a servir los panteones de la nueva
época. Nuevos altares se erigen elevando los nuevos ídolos, nuevas epopeyas se
instituyen realzando los nuevos héroes y villanos.
Ante la investigación y revisión constante de la
historia, dos caminos puede tomar el investigador. Someter su revisión a las
normas de investigación, o el de construir (aún bienintencionadamente) una
imagen alternativa del pasado que, guiada por un propósito político tenga fines
por fuera del rigor histórico.
Esto último sucede con frecuencia con el estudio del
S.XIX en Argentina por parte de sectores que descontextualizan la
interpretación histórica al trasladar conceptos de la modernidad a una época de
transición profundamente distinta. Como enseñaba Lucien Fevbre “Captar una
época histórica determinada en el plano mismo de sus coordenadas históricas,
evitando trasladar a una sociedad formas sociales y culturales que le hayan
sido ajenas, es uno de los supuestos básicos del trabajo del historiador. El
olvido de esta regla o su violación deliberada desvirtúa no sólo la posibilidad
de conocimiento de esas formas singulares de vida que son las sociedades, sino
que al mismo tiempo descalifica el propio oficio del historiador, quien por
esta vía simplemente prolonga y proyecta en el pasado las formas sociales
particulares de su sociedad sobre toda forma de existencia humana, disolviendo
un sistema específico de diferencias en una universal naturaleza humana.” Esto
es lo que con frecuencia se denomina “anacronismo
histórico”.
Algo relativo a ello sucede sobre la construcción o
la crítica de Andresito Guayçurary o Tacuary y Artigas. Su sola mención quiebra por la mitad las bibliotecas,
descripto como un tirano caudillo por los historiadores clásicos correntinos como Manuel Florencio Mantilla y
revestidos con la aureola de los próceres en la Costa del Uruguay por quienes
pretenden “rescatarlo”, su polémica personalidad es divisoria de las aguas
entre los estudiosos de nuestro pasado.
Pero el problema se sucede preocupante cuando en su
relación con la política, la historia corre el riesgo de convertirse en la
manipulación de datos históricos en función de objetivos del presente, de
manera que su esencia, su objeto de conocimiento, queda desfigurada.
Sobre el lugarteniente artiguista se busca construir
una nueva iconografía, que intentan
corporizar el mito por medio de imágenes, esculturas, documentales televisivos
y películas; grupos afines se esmeran por instalar monumentos en su homenaje en
lugares que trascienden el territorio del accionar del caudillo (como en la
ciudad de Corrientes donde solo permaneció un breve tiempo durante su invasión
y la reposición de Juan Bautista Méndez). Dirigentes políticos, personalidades
públicas y apologistas buscan asignar preceptos históricos-ideológicos por el
camino de las leyes y la imposición estatal, cometiendo los mismos errores que
alguna cometió la llamada “Historia oficial”, solo que 100 años después y sin tener en cuenta el avance historiográfico destacable de cientos de académicos que
desmitificaron y profundizaron los estudios en torno a la construcción del
Estado y las provincias, como Emilio Ravignani, Ramos Meijía, los historiadores
provinciales y toda la Nueva Escuela Histórica en Argentina. Y ni hablar de los
estudios de historiadores actuales de la
talla de Halperín Dongui, José Carlos Chiaramonte, Hilda Sábato, Marcela
Ternavasio…
Ciertos divulgadores que se claman de revisionistas,
olvidando a los citados en el párrafo anterior, intentan instalar en Andresito el
mote de “emancipador”, “revolucionario” (2), “liberador” y dotarlo de una
carga ideológica que nunca tuvo.
Todo lo contrario, su pensamiento respondía a una construcción
tradicional, del antiguo derecho, que sobrevivió a los caudillos donde la
costumbre hispano-indiana y la religión jugaron un papel preponderante. Tal vez
la mejor forma de entenderlo y comprenderlo (no juzgarlo) es bajo el concepto
rescatado por José Carlos Chiaramonte de “antigua constitución”, un conjunto de
pautas políticas, culturales y sociales anteriores al proceso revolucionario e independentista
que supervivieron sobre todo en las provincias, provenientes del derecho
natural y el derecho canónico, y por lo tanto de la religión católica, el
espíritu militar y el legado del derecho español y su inspiración romana. Como
bien señala nuestro autor “Se ha descuidado así la función del derecho natural
en su condicionamiento de las concepciones y prácticas políticas (…) Por consiguiente,
se han interpretado mal las prácticas políticas de aquellos sectores que
resistían las reformas políticas derivadas de las independencias, al no advertir
que esas resistencias no eran manifestaciones de anarquía sino que provenían de
un universo conceptual coherente, si bien no uniforme, en el que primaban las
normas derivadas de los que en el lenguaje de época se denominaba la antigua constitución”. (3)
Ésta influencia nuestro protagonista la recibió de
pequeño, siendo no solo mestizo (madre guaraní y padre español) sino también
educado bajo la influencia del mercedario Padre Martín Céspedes que ofició de
cura párroco en aquel antiguo pueblo jesuítico que fue Santo Tomé, donde fue el
futuro caudillo fue sacristán. (4)
Aún más, como el cura Monterroso de Artigas, Andresito
contaba siempre como capellán de su ejército con Fray José Acevedo desde el comienzo de sus
campañas. Los curas como personal político, eran consejeros permanentes y
auxiliares de notoria influencia como señala Tulio Halperín Dongui (5). Y a veces hasta servían para justificación
y excusas de sus desmanes, según el mismo autor.
Como bien ya lo había demostrado Adolfo Saldías en
su “Historia de la Confederación Argentina”, también señalado por Dongui en su “Revolución
y Guerra”, la barbarización de la política, el avance de la brutalidad en las
relaciones, la guerra y la dominación, los saqueos, la ferocidad y la rapiña no
eran patrimonio de un solo sector, sino de todos a los que les tocó en suerte
algún protagonismo, y el comandante Andrés Guayçurary y Artigas no fue la excepción (6).
Es igual de reprochable no comprender la época y
despotricarlo con los valores de la actualidad, como igual de reprochable es
intentar canonizarlo, ideologizarlo y hacerlo trascender de su lugar de
actuación.
Finalmente es de destacar el juicio histórico de
Hernán Felix Gómez, gran defensor de Gervasio Artigas y el federalismo: “La historia no
ha de buscar la verdad en el perdón generoso de las generaciones posteriores en
muchos años a la del guerrillero guaraní. Tampoco ha de buscar en el recuerdo
de quienes no sintieron en carne propia y vieron en el escenario local al
hombre que se estudia. Andrés Artigas no fue una figura del escenario oriental,
ni acudilló la masa apenas disciplinada de sus indios en la campaña próxima a
Montevideo. Actuó en el campamento, en las márgenes del Uruguay, y tuvo como
escenario habitual el territorio misionero y el de la provincia de Corrientes.
Ahí ha de irse a buscar la definición histórica del personaje, sutil,
orgulloso, empeñado en afirmar la hegemonía de los inorgánicos elementos que
acaudillaba, los mismos que trajeron sobre la provincia en esta oportunidad las
horas más ingratas de su pasado”. (7)
Citas
1. BLOCH, Marc. “Apología
para la historia o el oficio de historiador”, Fondo de Cultura Económica, 2001.
2. Véase poe
ejemplo la conferencia de Felipe Pigna "Andresito, Caudillo Revolucionario",
impulsado por el Centro De Estudios Estratégicos de Misiones -CEEM-, la
presidencia de la Cámara de Diputados y el vicegobernador de Misiones Hugo
Passalaqcua, realizada en noviembre del 2012.
3. CHIARAMONTE,
José Carlos. “Los usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo
histórico”, Ed Sudamericana, 2013.
4. RIAL SEIJO,
Eduardo. “Colección de notas y ensayos para la historia de los correntinos”,
T2, Ed Amerindia, 2004.
5.HALPERÍN DONGUI, Tulio.
“Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la argentina criolla”.
ED Siglo Veintiuno, 2002.
6. Las memorias de
Fermín Felix Pampín como las de Pedro Ferré son bastante descriptivas con
relación a los infortunios durante la estadía de Andresito en Corrientes.
7. GOMEZ, Hernán
Felix. “Historia de la Provincia de Corrientes. Tomo II Desde la revolución de
Mayo (1810) al Tratado del Cuadrilatero (1822)”. Ed Amerindia, 2010.