domingo, 27 de abril de 2014

El debate sobre Andresito Guayçurary y el anacronismo histórico

“Un fenómeno histórico nunca se explica
plenamente fuera del estudio de su momento. Esto es cierto
para todas las etapas de la evolución. Para la que vivimos y
para las otras. El proverbio árabe lo dijo antes que nosotros:
"Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres".
Por no haber meditado sobre esta sabiduría oriental, el estudio
del pasado a veces se ha desacreditado.”
Marc Bloch (1)








Un viejo peligro acecha en todas las épocas a los historiadores: el peligro del anacronismo. Figuras reprobadas en algún tiempo pasan a servir  los panteones de la nueva época. Nuevos altares se erigen elevando los nuevos ídolos, nuevas epopeyas se instituyen realzando los nuevos héroes y villanos.


Ante la investigación y revisión constante de la historia, dos caminos puede tomar el investigador. Someter su revisión a las normas de investigación, o el de construir (aún bienintencionadamente) una imagen alternativa del pasado que, guiada por un propósito político tenga fines por fuera del rigor histórico.


Esto último sucede con frecuencia con el estudio del S.XIX en Argentina por parte de sectores que descontextualizan la interpretación histórica al trasladar conceptos de la modernidad a una época de transición profundamente distinta. Como enseñaba Lucien Fevbre “Captar una época histórica determinada en el plano mismo de sus coordenadas históricas, evitando trasladar a una sociedad formas sociales y culturales que le hayan sido ajenas, es uno de los supuestos básicos del trabajo del historiador. El olvido de esta regla o su violación deliberada desvirtúa no sólo la posibilidad de conocimiento de esas formas singulares de vida que son las sociedades, sino que al mismo tiempo descalifica el propio oficio del historiador, quien por esta vía simplemente prolonga y proyecta en el pasado las formas sociales particulares de su sociedad sobre toda forma de existencia humana, disolviendo un sistema específico de diferencias en una universal naturaleza humana.” Esto es lo que con frecuencia se denomina “anacronismo histórico”.


Algo relativo a ello sucede sobre la construcción o la crítica de Andresito Guayçurary o Tacuary y Artigas. Su sola mención quiebra por la mitad las bibliotecas, descripto como un tirano caudillo por los historiadores clásicos correntinos como Manuel Florencio Mantilla y revestidos con la aureola de los próceres en la Costa del Uruguay por quienes pretenden “rescatarlo”, su polémica personalidad es divisoria de las aguas entre los estudiosos de nuestro pasado.


Pero el problema se sucede preocupante cuando en su relación con la política, la historia corre el riesgo de convertirse en la manipulación de datos históricos en función de objetivos del presente, de manera que su esencia, su objeto de conocimiento, queda desfigurada.


Sobre el lugarteniente artiguista se busca construir una nueva iconografía,  que intentan corporizar el mito por medio de imágenes, esculturas, documentales televisivos y películas; grupos afines se esmeran por instalar monumentos en su homenaje en lugares que trascienden el territorio del accionar del caudillo (como en la ciudad de Corrientes donde solo permaneció un breve tiempo durante su invasión y la reposición de Juan Bautista Méndez). Dirigentes políticos, personalidades públicas y apologistas buscan asignar preceptos históricos-ideológicos por el camino de las leyes y la imposición estatal, cometiendo los mismos errores que alguna cometió la llamada “Historia oficial”, solo que 100 años después y sin tener en cuenta el avance historiográfico destacable de cientos de académicos que desmitificaron y profundizaron los estudios en torno a la construcción del Estado y las provincias, como Emilio Ravignani, Ramos Meijía, los historiadores provinciales y toda la Nueva Escuela Histórica en Argentina. Y ni hablar de los estudios de  historiadores actuales de la talla de Halperín Dongui, José Carlos Chiaramonte, Hilda Sábato, Marcela Ternavasio…


Ciertos divulgadores que se claman de revisionistas, olvidando a los citados en el párrafo anterior, intentan instalar en Andresito el mote de “emancipador”, “revolucionario” (2), “liberador” y dotarlo de una carga ideológica que nunca tuvo.


Todo lo contrario, su pensamiento respondía a una construcción tradicional, del antiguo derecho, que sobrevivió a los caudillos donde la costumbre hispano-indiana y la religión jugaron un papel preponderante. Tal vez la mejor forma de entenderlo y comprenderlo (no juzgarlo) es bajo el concepto rescatado por José Carlos Chiaramonte de “antigua constitución”, un conjunto de pautas políticas, culturales y sociales anteriores al proceso revolucionario e independentista que supervivieron sobre todo en las provincias, provenientes del derecho natural y el derecho canónico, y por lo tanto de la religión católica, el espíritu militar y el legado del derecho español y su inspiración romana. Como bien señala nuestro autor “Se ha descuidado así la función del derecho natural en su condicionamiento de las concepciones y prácticas políticas (…) Por consiguiente, se han interpretado mal las prácticas políticas de aquellos sectores que resistían las reformas políticas derivadas de las independencias, al no advertir que esas resistencias no eran manifestaciones de anarquía sino que provenían de un universo conceptual coherente, si bien no uniforme, en el que primaban las normas derivadas de los que en el lenguaje de época se denominaba la antigua constitución”. (3)


Ésta influencia nuestro protagonista la recibió de pequeño, siendo no solo mestizo (madre guaraní y padre español) sino también educado bajo la influencia del mercedario Padre Martín Céspedes que ofició de cura párroco en aquel antiguo pueblo jesuítico que fue Santo Tomé, donde fue el futuro caudillo fue sacristán. (4) 


Aún más, como el cura Monterroso de Artigas, Andresito contaba siempre como capellán de su ejército con  Fray José Acevedo desde el comienzo de sus campañas. Los curas como personal político, eran consejeros permanentes y auxiliares de notoria influencia como señala Tulio Halperín Dongui (5). Y a veces hasta servían para justificación y excusas de sus desmanes, según el mismo autor.


Como bien ya lo había demostrado Adolfo Saldías en su “Historia de la Confederación Argentina”, también señalado por Dongui en su “Revolución y Guerra”, la barbarización de la política, el avance de la brutalidad en las relaciones, la guerra y la dominación, los saqueos, la ferocidad y la rapiña no eran patrimonio de un solo sector, sino de todos a los que les tocó en suerte algún protagonismo, y el comandante Andrés Guayçurary y Artigas no fue la excepción (6)


Es igual de reprochable no comprender la época y despotricarlo con los valores de la actualidad, como igual de reprochable es intentar canonizarlo, ideologizarlo y hacerlo trascender de su lugar de actuación.


Finalmente es de destacar el juicio histórico de Hernán Felix Gómez, gran defensor de Gervasio Artigas y el federalismo: “La historia no ha de buscar la verdad en el perdón generoso de las generaciones posteriores en muchos años a la del guerrillero guaraní. Tampoco ha de buscar en el recuerdo de quienes no sintieron en carne propia y vieron en el escenario local al hombre que se estudia. Andrés Artigas no fue una figura del escenario oriental, ni acudilló la masa apenas disciplinada de sus indios en la campaña próxima a Montevideo. Actuó en el campamento, en las márgenes del Uruguay, y tuvo como escenario habitual el territorio misionero y el de la provincia de Corrientes. Ahí ha de irse a buscar la definición histórica del personaje, sutil, orgulloso, empeñado en afirmar la hegemonía de los inorgánicos elementos que acaudillaba, los mismos que trajeron sobre la provincia en esta oportunidad las horas más ingratas de su pasado”. (7)


Citas

1. BLOCH, Marc. “Apología para la historia o el oficio de historiador”, Fondo de Cultura Económica, 2001.

2. Véase poe ejemplo la conferencia de Felipe Pigna "Andresito, Caudillo Revolucionario", impulsado por el Centro De Estudios Estratégicos de Misiones -CEEM-, la presidencia de la Cámara de Diputados y el vicegobernador de Misiones Hugo Passalaqcua, realizada en noviembre del 2012.

3. CHIARAMONTE, José Carlos. “Los usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo histórico”, Ed Sudamericana, 2013.

4. RIAL SEIJO, Eduardo. “Colección de notas y ensayos para la historia de los correntinos”, T2, Ed Amerindia, 2004.

5.HALPERÍN DONGUI, Tulio. “Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la argentina criolla”. ED Siglo Veintiuno, 2002.

6. Las memorias de Fermín Felix Pampín como las de Pedro Ferré son bastante descriptivas con relación a los infortunios durante la estadía de Andresito en Corrientes.


7. GOMEZ, Hernán Felix. “Historia de la Provincia de Corrientes. Tomo II Desde la revolución de Mayo (1810) al Tratado del Cuadrilatero (1822)”. Ed Amerindia, 2010.




viernes, 18 de abril de 2014

Medio Pan y un Libro - Federico García Lorca


Locución de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo, Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.






 Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. “Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre”, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.


Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.


No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.


Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?


¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.



Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: “Cultura”. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.