domingo, 23 de febrero de 2014

Y al final ¿Que es ser fascista?

"Bajo el pretexto de que el poder ha sido dado a la nación,
se ha puesto a la nación en manos del poder"
Bertrand de Jouvenel






La liviandad con que regularmente se usa el término “fascista” es natural cuando se viven climas de furibunda violencia. Resulta difícil contemplar con distanciamiento científico a unas fuerzas que promovieron un desastre histórico a escala mundial, y que juegan en su interpretación su carga peyorativa y su uso político. Los hechos acontecidos en Venezuela los últimos días han llevado a que oficialismo y oposición en Venezuela, y en los países vecinos, se proliferaran acusaciones mutuas de fascismo. Por ello pretendemos aquí solamente acercar algunas notas de las características comunes de estados y movimientos fascistas, sin tratar de describir las características exclusivas de cada grupo. Es decir, enfocarnos en el sentido analógico del fascismo y no en su sentido estricto-histórico.


El concepto de fascismo es tal vez uno de los más ambiguos de la teoría política y la extensión de este adjetivo ha introducido tanta confusión como claridad, pues lo que el concepto ha ganado en amplitud lo ha perdido rápidamente en precisión. Por eso es que podemos identificar  en cada movimiento algunas características que estarán ausentes en otras. Podemos agregar que en líneas generales que “el fascismo -dirá Norberto Bobbio- es un sistema político que trata de llevar a cabo un encuadramiento unitario de una sociedad en crisis dentro de una dimensión dinámica y trágica promoviendo la movilización de masas por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales”.


En definitiva, el término de fascista no se utiliza sólo porque sea el convencional, sino porque el movimiento italiano fue la primera fuerza considerable que exhibió esas características (o por lo menos casi todas ellas) como un nuevo tipo, y durante mucho tiempo fue el más influyente ideológicamente.


Más allá de las interpretaciones sobre su origen, que de por sí son variadas, Stanley Paine hace una descripción tipológica general:

A. Las Negaciones Fascistas:

 ü  Antiliberalismo

 ü  Anticomunismo

 ü  Anticonservadurismo (aunque en el entendimiento de que los grupos fascistas estaban dispuestos a concretar alianzas temporales con grupos de cualquier otro sector)

B. Ideología y objetivos

 ü  Creación de un nuevo Estado nacionalista autoritario, no basado únicamente en principios ni modelos tradicionales.

 ü  Organización de algún tipo nuevo de estructura económica nacional integrada, regulada y dirigista.

 ü  Cambio radical en la relación de la nación con otras potencias.

 ü  Defensa específica de un credo idealista y voluntarista, que normalmente implicaba una tentativa de realizar una nueva forma de cultura autodeterminada.

C. Estilo y Organización:

 ü  Importancia de la estructura estética de los mítines, los símbolos y la coreografía política, con insistencia en los aspectos románticos y místicos.

 ü  Tentativa de movilización de las masas, con militarización de las relaciones y el estilo políticos y con el objetivo de una milicia de masas del partido.

 ü  Evaluación positiva y uso de la violencia, o disposición al uso de ésta.

 ü  Visión orgánica de la sociedad.

 ü  Exaltación de la juventud sobre las otras fases de la vida, con hincapié en el conflicto entre generaciones, por lo menos al efectuar la transformación política inicial.

 ü  Tendencia específica a un estilo de mando personal, autoritario y carismático, tanto si al principio el mando es en cierta medida electivo como si no lo es.


Otra enumeración didáctica, aunque polémica y con verdadero sesgo militante, es la de Umberto Eco en su artículo sobre “El Fascismo eterno” en sus “Cinco escritos morales”. Señala allí que  “A pesar de esta confusión, considero que es posible indicar una lista de características típicas de lo que me gustaría denominar «Ur-Fascismo», o «fascismo eterno». Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema; muchas se contradicen entre sí, y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista.”


 ü  Culto de la tradición, de la revelación recibida en el alba de la historia nacional. Los fascismos reivindican próceres y edades históricas con la cual se identifican.

 ü  Rechazo del modernismo. El rechazo del mundo moderno se camufla como condena de la forma de vida capitalista, pero concierne principalmente a la repulsa del espíritu de las revoluciones francesa y norteamericana. La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como el principio de la depravación moderna.

 ü  Culto de la acción por la acción. Según Emilio Gentile, en el fascismo, se sacraliza la política y su primado se impone sobre cualquier otro aspecto de la vida individual o colectiva. La acción es bella de por sí y, por lo tanto, debe actuarse antes de, y sin reflexión alguna. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se identifica con actitudes críticas. Desde la declaración atribuida a Goebbels (“Cuando oigo la palabra Cultura, hecho mano a la pistola”) hasta el uso frecuente de expresiones como “cerdos intelectuales”, “estudiante cabrón, trabaja de peón”, “muera la inteligencia”, “universidad, guarida de comunistas”, la sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre un síntoma de Ur-Fascismo.

 ü  Rechazo del pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. Para el Ur-Fascismo, el desacuerdo es traición.

 ü  Miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos (léase extranjeros). El Ur-Fascismo es, pues, racista/xenófobo por definición.

 ü  El Ur-Fascismo surge de la frustración individual o social. Esto explica por qué una de las características típicas de los fascismos históricos ha sido el llamamiento a las clases medias frustradas, desazonadas por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de grupos sociales subalternos.

 ü  Nacionalismo y xenofobia. Obsesión por el complot. A los que carecen de una identidad social cualquiera, el Ur-fascismo les dice que su único privilegio es el más vulgar de todos, haber nacido en el mismo país. Este es el origen de los nacionalismo. Además, los únicos que pueden ofrecer una identidad a la nación son los enemigos. De esta forma, en la raíz de la sicología Ur-fascista está la obsesión por el complot, sea internacional o interior. Los adictos deben sentirse asediados. La manera más fácil de hacer que asome un complot es apelar a la xenofobia.

 ü  Envidia y miedo al “enemigo”. Los partidarios deben sentirse humillados por la riqueza ostentada y la fuerza del enemigo. Los partidarios, con todo, deberán estar convencidos de que pueden derrotar al enemigo. Así, gracias a un continuo salto de registro retórico, los enemigos son simultáneamente demasiado fuertes y demasiado débiles.

 ü  Principio de guerra permanente. Para el Ur-Fascismo no hay lucha por la vida, sino más bien “vida para la lucha”. El pacifismo es entonces colusión con el enemigo; el pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente.

 ü  Elitismo, desprecio por los débiles. El Ur-Fascismo no puede evitar predicar un “elitismo popular”. Cada ciudadano pertenece al mejor pueblo del mundo, los miembros del partido son los ciudadanos mejores, cada ciudadano puede (o debería) convertirse en miembro del partido. Pero no puede haber patricios sin plebeyos. Puesto que el grupo está organizado jerárquicamente (según modelo militar), todo líder subordinado desprecia a sus subalternos, y ellos a su vez desprecian a sus inferiores. Todo esto refuerza el sentido de un elitismo de masa.

 ü  Heroísmo, culto a la muerte, a la épica. En esta perspectiva, cada uno está educado para convertirse en héroe. En todas las mitologías, el «héroe» es un ser excepcional, pero en la ideología Ur-Fascista el heroísmo y el culto a la muerte es la norma.

 ü  Puesto que tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el Ur-Fascista transfiere su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Éste es el origen del machismo (que implica desdén hacia las mujeres y una condena intolerante de costumbres sexuales no conformistas, desde la castidad hasta la homosexualidad). Y dado que el sexo es también un juego difícil de jugar, el héroe Ur-Fascista jugará con las armas, que son su Erzatz fálico: sus juegos de guerra se deben a una invidia penis permanente.

 ü  Populismo cualitativo. En una democracia los ciudadanos gozan de derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos sólo está dotado de un impacto político desde el punto de vista cuantitativo (se siguen las decisiones de la mayoría). Para el Ur-Fascismo los individuos como tales no tienen derecho, y el “pueblo” se concibe como una cualidad, una entidad monolítica que expresa la “voluntad común”. Puesto que ninguna cantidad de seres humanos puede poseer una voluntad común, el líder pretende ser su intérprete. Habiendo perdido su poder de mandato, los ciudadanos no actúan, son llamados sólo para desempeñar el papel de pueblo. En razón de su populismo cualitativo, el Ur-Fascismo debe oponerse a los "podridos" gobiernos parlamentarios. Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la “voz del pueblo”, podemos percibir olor de Ur-Fascismo. Así expresaba Mussolini: “El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. En la doctrina fascista, el pueblo es el Estado y el Estado es el pueblo. Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado.”

 ü  Neolengua. La ficción de Orwell  se torna realidad en las diversas formas de dictaduras. Todos los textos escolares nazis o fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de emular al líder y limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. No obstante advierte Eco, debemos estar preparados para identificar otras formas modernas de neo habla.



El fascismo en su sentido analógico fue siempre una ideología antiliberal y populista bastante elástica, que acusa la presencia de una familia de posiciones generales que están presentes en diferentes corrientes. “Nuestro deber es desenmascararlo”, advierte Eco, “y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo”.


Tal vez una de las grandes advertencias que nos dejó el S.XX es a no relativizar la democracia a un mero régimen electoral. La democracia moderna es regla de mayoría, división horizontal de poderes y derechos básicos inviolables. Son las tres columnas que protegen a los ciudadanos del despotismo autoritario y tienen la misma prelación y jerarquía. Donde falte uno de ellos se da entrada a un estado de excepción, quedando el ciudadano librado a la ley del mas fuerte. Los conceptos de dictadura, fascismo, bonapartismo, han tenido diversas interpretaciones a lo largo del tiempo y muchas veces son abiertos e imprecisos.  Pero donde impere la bota militar, el sable y la pistola, donde la razón de estado se impone a la condición humana y se descerrajan y anulan derechos básicos, donde se vulnera la libertad de expresión, de reunión y asociación, se militariza a la sociedad, se penaliza la disidencia política y se conculcan derechos y conquista sociales; No tenga miedo de apuntar: allí se está incubando la tentación totalitaria, acechando, esperando el momento para devorar definitivamente la libertad, allí está la sombra del fascismo y la dictadura, aunque se vote y haya elecciones.

La película "La Ola", es una didáctica parábola del fascismo. Sinopsis: Alemania hoy. Durante la semana de proyectos, al profesor de instituto Rainer Wenger (Jürgen Vogel) se le ocurre la idea de un experimento que explique a sus alumnos cuál es el funcionamiento de los gobiernos totalitarios. Comienza así un experimento que acabará con resultados trágicos.
 En apenas unos días, lo que comienza con una serie de ideas inocuas como la disciplina y el sentimiento de comunidad se va convirtiendo en un movimiento real: LA OLA. Al tercer día, los alumnos comienza a aislarse y amenazarse entre sí. Cuando el conflicto finalmente rompe en violencia durante un partido de water polo, el profesor decide no seguir con el experimento, pero para entonces es demasiado tarde, LA OLA se ha descontrolado...

lunes, 17 de febrero de 2014

Cuatro visiones clásicas sobre la igualdad


“El vivir, con toda evidencia, es algo común aún a las plantas.
Más nosotros buscamos lo propio del hombre.”
Aristóteles, Ética a Nicómano






La idea de la igualdad ha sido reivindicada y tomada en todos los tiempos y por casi todas las corrientes políticas. Se la representa generalmente en el imaginario social como a una conmovedora utopía humanista donde “todos somos iguales”, una universalidad  propia de la perfección de los dioses, una democracia absoluta con una total y sana convivencia.


Pero su indeterminación y su poderosa carga emotiva han hecho que hayan tantos conceptos de igualdad como hombres que la propugnan. Sería imposible trazar aquí toda esa vasta variedad, por lo que nos limitamos a establecer y diferencar (en la medidad de lo posible) cuatro visiones clásicas sobre la igualdad, que han influído desicivamente a la hora de diseñar políticas públicas y establecer regímenes políticos.


Nada se ha repetido tanto en la historia como la frase “Todos los hombres son (o nacen) iguales”. Máxima que recorre prácticamente todo el pensamiento político occidental, desde los estoicos al cristianismo, pasando por la Reforma, el liberalismo, los distintos socialismos y las mas recientes ideas de democracias.


A diferencia de la libertad, que siempre es una cualidad de la persona, la igualdad es un tipo de relación. Por ello se preguntará Norberto Bobbio “¿Igualdad entre quienes? e ¿Igualdad en qué?”.  La idea universal de la igualdad ha buscado así, no igualaciones físicas y naturales, sino igualaciones morales.


Así tenemos en primer lugar, la igualdad más general y aceptada: La igualdad ante la ley. Contrario a lo que se cree, su fuente no es el liberalismo, que también naturalmente lo toma, sino el mundo clásico. Se puede hallarlo en el antecedente de la Isonomía y al mismo Eurípides en páginas clásicas de la literatura se lo lee en Las SuplicantesNo hay peor enemigo de una ciudad que un tirano, cuando no predominan las leyes generales y un solo hombre tiene el poder, dictando las leyes para sí mismo y sin ninguna equidad. Cuando hay leyes escritas, el pobre como el rico tienen igual derecho”.


Lo que significa la igualdad ante la ley es el trato igual en circunstancias iguales, y así constituyó un factor de estabilidad de la sociedad de castas en la antigüedad y es un factor de estabilidad democrática en la actualidad donde se fusiona con el concepto de igualdad de derechos.


En segundo lugar tenemos la  igualdad de derecho, que significa algo mas que la mera igualdad ante la ley. Herencia indiscutida del liberalismo, significa gozar igualmente de algunos derechos  fundamentales, constitucionalmente garantizados, como se desprende de algunas célebres declaraciones históricas: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho”. Su origen se entiende que es anterior al Estado y parte de la misma naturaleza del hombre, inescindibles de él, y que por lo tanto no existe ley, estado ni religión que puedan vulnerar esos derechos mediante el uso de la fuerza. Su violación autoriza la resistencia a la opresión.


Estos principios implican respetar a rajatabla los proyectos de vida de las personas y entra naturalmente en conflicto cuando el Estado, en pos de igualar ante situaciones de exclusión, necesariamente vulnera la disposición de bienes materiales (por ejemplo mediante impuestos, gasto público o prohibiciones) para paliar otras necesidades materiales. Para el liberalismo clásico “el hombre –la persona individual- es un fin en sí mismo” y por lo tanto no puede ser utilizado, por la fuerza pública del Estado, como medio para atender otros fines, ya sean estos meramente políticos,  humanitarios, filantrópicos, etc. De allí la afirmación de que el gobierno solo es “un mal necesario” y que debe limitarse a garantizar seguridad y justicia. De todo lo demás se encarga la sociedad civil.


Entramos así a uno de los grandes conflicto de la modernidad. Hombres formalmente iguales y materialmente desiguales. Algunos argumentarán que los hombres son desiguales por naturaleza y que la búsqueda de la  igualdad de hecho llevará progresivamente al peor de los totalitarismos, otros buscarán en el igualitarismo una sociedad ideal, perfecta y homogeneizada, y finalmente en el medio de ese huracán se irán forjando los distintos causes que formarán la ideas actuales de la igualdad de las democracias modernas.


El tercer sentido clásico, es la idea socialista de la igualdad. Ésta es el de la igualdad de posesión y se concretará en la aspiración de crear condiciones y formas de vidas iguales. Se trata de nivelar y homogeneizar todo lo trascendente en la vida de las personas como los ingresos, valores, bienes, vivienda, propiedad, educación, salud, etc; lo cual supone una intervención absoluta del estado en la vida y la economía de las personas. Igualar significa aquí que “lo tuyo” pasa a ser lo “nuestro” y por ende la autoridad central debe tener el poder suficiente para redistribuir y crear igualdad. Cuando Marx señaló que todo el programa comunista se resumía en la abolición de la propiedad privada, estaba formulando su ideal con toda exactitud. El peligro del absolutismo para lograr la mayor igualación social se logra captar a simple vista, y es la razón de la célebre conclusión de Bertrand de Jouvenel: “Toda potencia central que sigue sus instintos naturales ama la igualdad, la favorece; pues la igualdad favorece singularmente la acción de tal potencia”.


Finalmente llegamos al cuarto sentido de igualdad, la más reivindicada en el mundo moderno: La igualdad de oportunidades. El problema de su definición radica precisamente en su prestigio y la ingeniería política ha hecho que se termine diluyendo en variadas mutaciones. Su idea aproximada ya se puede dilucidar en Alexis de Toqueville, cuando en las primeras páginas de su Sobre la Democracia en América señala: “Entre las cosas nuevas que durante mi permanencia en los Estados Unidos han llamado mi atención, ninguna me sorprendió más que la igualdad de condiciones. Así, pues, a medida que estudiaba la sociedad norteamericana, veía cada vez más en la igualdad de condiciones el hecho generador del que cada hecho particular parecía derivarse”.


Este ha sido el llamado “repliegue liberal” en vista de la incoherencia que de otra manera puede existir entre principios y realidad. Esto implica postular que existe una redistribución forzosa de recursos (vía impuestos y gasto público) que es legítima a fin de nivelar (hasta un cierto punto y limitado con controles y pautas claras) las posibilidades de realizar los proyectos de vida de las personas y que la sociedad no es justa, no es equitativa ni legítima, si no asegura a todos ese mínimo piso necesario de igualdad para que todos tengamos alguna oportunidad razonable de llegar a realizar lo que podemos ser. Es una igualdad en el punto de partida, a partir del cual se garantiza la cultura del mérito y la libre iniciativa privada de los hombres.



Entre éste repliegue del liberalismo y la socialdemocracia podemos encontrar sus orígenes y en autores como Jhon Rawls algunos de sus presupuestos filosóficos, e incluso Friedrich Hayek y Milton Friedman han reconocido alguna variante de ella para paliar transitoriamente necesidades de subsistencia.


La experiencia de la modernidad demuestra en que en el largo plazo no existe libertad sin igualdad, e igualdad sin libertad. No hay sociedades libres que no hayan incluído en su agenda la igualdad de derechos y oportunidades y no son igualitarias aquellas sociedades oprimidas por un gobierno central que busca un igualitarismo homogéneo negando la naturaleza individual del hombre. La insistencia en oponer igualdad con libertad ha profundizado una riesgosa división en las ideas democráticas y ha dado paso a un nuevo auge de populismos autoritarios.


Solo la alianza entre la libertad y la igualdad, actualizada y centrada en el hombre, podrá encaminar los causes de la modernidad en una sociedad abierta, plural, próspera e igualitaria.

sábado, 8 de febrero de 2014

La ciudad antigua, de Fustel de Coulanges

“Una de las grandes dificultades que se oponen
a la marcha de la sociedad moderna,
es el hábito por ésta adquirido
de tener siempre ante los ojos la antigüedad griega y romana”

Fustel de Coulanges









 Existen libros imperecederos, que ocupan un lugar especial en la biblioteca. Tesoros invaluables que sin embargo pierden su valor si solo sirven de ostentación. Un clásico de historia es ante todo una herramienta de fruición y trabajo en la cual se vuelven una y otra vez sobre ellos.


 Y sin duda pertenece a este género “La ciudad antigua. Estudio sobre el culto, el derecho y las instituciones de Grecia y Roma” del historiador francés del siglo XIX Numa Denys Fustel de Coulanges (1830 - 1889).


 Al escribirla, de Coulanges se propuso, en primer lugar, mostrar los principios y reglas que presidieron el gobierno de Grecia y Roma, ramas de una misma raza, que hablaban idiomas nacidos de una misma lengua, se regían por instituciones de un origen común y vivieron una serie de revoluciones similares. Pero al margen de su admirable labor de investigación, el autor se propone, como finalidad última, poner de manifiesto las diferencias que distinguen esencialmente a aquellos dos grandes pueblos, de las sociedades modernas. "Por haberse observado mal las instituciones de la ciudad antigua -dice-, se ha pensado en resucitarlas entre nosotros. Se ha forjado una idea falsa de la libertad entre los antiguos, y ello ha puesto en peligro la libertad entre los modernos". De ahí su afirmación de que para conocer la verdad sobre aquel pretérito, conviene estudiarlo sin pensar en nuestro presente. Así analizadas, Grecia y Roma se nos aparecen como inimitables y, por ende, como totalmente distintas de las sociedades modernas.



 La Patria, tal como la entendían los griegos y los romanos, era esencial y radicalmente opuesta a lo que por tal entendemos en nuestros tiempos en las sociedades modernas. 

“La Patria tenía al individuo sujeto con un vínculo sagrado; -el ciudadano- debía amarla como se ama a la religión y obedecerla como se obedece a Dios. Debe uno entregarse a ella por comlpeto, dedicarlo todo a ella, consagrándoselo todo. Había que amarla gloriosa y oscura, feliz o desgraciada; amar sus beneficios y hasta sus rigores. Sócrates, condenado sin razón por ella, no estaba dispensado de amarla; había que quererla como Abraham a su Dios, hasta sacrificarle su propio hijo. Era necesario ante todo saber morir por ella; y tanto el griego como el romano no se sentían inclinados a morir por adhesión a un hombre o por punto de honor, pero por la patria daban con gusto la vida, porque atacar a su patria era atacar a su religión”



 De esto concluye el célebre historiador que nada había en el individuo que fuese independiente del poder de la  polis griega y la civitas romana. La ciudad estaba fundada sobre la religión y constituída como una iglesia y éste era el origen de su omnipotencia, solo comparable a los totalitarismos del S.XX. Y así remata Fustel “En una sociedad fundada y establecidas sobre tales principios NO PODÍA EXISTIR LIBERTAD INDIVIDUAL, porque el ciudadano estaba sometido a la ciudad en todo y sin reserva alguna”. Con éste poder casi sobrehumano mal podría hablarse de democracia o participación popular y tales confusiones se debe mas que nada a autores apologéticos con intenciones por fuera del conocimiento histórico.


“Nada había en el individuo que fuese independiente de este poder. Su cuerpo pertenecía al Estado, y estaba consagrado a su defensa, siendo obligatorio9 el servicio militar en Roma hasta los cincuenta años, en Atenas hasta los sesenta y en Esparta indefinidamente. Su fortuna estaba siempre a disposición del Estado, pudiendo la ciudad, cuando tenía necesidad de dinero, ordenar a las mujeres que entregasen sus joyas; a los acreedores, que le cedieran sus créditos; y a los que tenían olivares que entregasen gratuitamente el aceite que tuviesen almacenado”


 Múltiples ejemplos de esta omnipotencia nos revela La ciudad antigua. Así por ejemplo la ley ateniense prohibía al individuo que permaneciese célibe. Esparta castigaba no sólo al que no se casaba, sino también al que lo hacía tarde. El Estado podía prescribir en Atenas el trabajo, en Esparta la ociosidad, y ejercía su supremacía hasta en las cosas más cotidianas como prohibiciones de beber vino puro a todos o solo a las mujeres (Locres y Roma). Era frecuente que la ciudad hasta fijase la forma de los trajes, vestimentas, calzados y hasta el peinado de las mujeres o la barba de los hombres (Esparta).



 Más aún hacía notar su omnipotencia en materia educativa (donde los padres no tenían ninguno derecho sobre sus hijos) y menos carecía el individuo de libertad para elegir sus creencias. La legislación ateniense llegaba a castigar hasta a los que dejaban de celebrar religiosamente una fiesta nacional. La propiedad por su parte no podía enajenarse, ya que venderla implicaba vender a sus dioses y llevaba como condena andar errante eternamente en el destierro, sin dioses, bienes, ni protección.


 En estas circunstancias, se puede concluir que la personalidad humana tenía muy poco valor ante la autoridad casi divina de la Patria o el Estado, quién no solamente protegía al ciudadano sino que también podía disponer a su albedrío de la vida, los bienes y los intereses de los gobernados.


 La noción de la libertad individual tuvo que esperar a la gran revolución que trajo el cristianismo en las nociones del hombre, de Dios, de la familia y de la sociedad para cambiar radical y diametralmente las bases del sistema. Aunque como denunció Juan Bautista Alberdi “la formación de los Estados modernos, conservaron o revivieron los cimientos de la civilización pasada y muerta, no ya en el interés de los Estados mismos, todavía informes, sino en la majestad de sus gobernantes, en quienes se personificaban la majestad, la omnipotencia y autoridad de la Patria.”


 Fustel de Coulanges, siendo un anti-romántico, también había dilucidado este panorama en la Francia del S.XIX y en la formación del Bonapartismo y allí también residía su interés de diferenciar la libertad moderna de la libertad de los antiguos. "La Ciudad Antigua”, principal monumento a su memoria, sigue aún hoy editándose y leyéndose pese a toda justificable crítica, por la claridad conceptual, de estructura y por la justeza de su expresión.